Día 148

Umeå - Köpmanholden

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Sitio de pernocta en Köpmanholden 🇸🇪 Suecia
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Nos despertamos cerca de Umeå, en nuestro hotel de mil estrellas (a veces también con mil piedras). A eso de las diez y media, después del ritual habitual —desayuno, paseo corto, y mis tres vueltas sobre el cojín— arrancamos rumbo a nuevas aventuras. Media hora después, ya estábamos aparcados de nuevo, tras dar un par de vueltas buscando un sitio gratuito para aparcar, que aquí en Umeå hay muchos sitios bonitos… pero no todos son amables con las carteras. Al final, el mejor sitio resultó ser justo junto al Västerbottens museum, y además también es gratis. ¡Combo ganador!

El museo… ¡una pasada! Y además gratis, que a papi le gusta tanto como a mí una pelota nueva. Es un museo regional que cuenta todo sobre la vida en la provincia de Västerbotten: desde las antiguas costumbres sami hasta cómo vivía la gente de campo en pleno invierno sin calefacción ni Netflix.

La parte que más nos gustó fue el área al aire libre, como una especie de Bonnstan versión extendida: casas de madera de diferentes épocas, un viejo campanario, graneros, establos, incluso una escuela antigua. Yo hice mi inspección olfativa por todas las esquinas, y os juro que algunas de esas maderas tienen más historia que papi.

Algunas casas estaban abiertas, otras cerradas pero con cartelitos que explicaban lo que eran. Hay incluso una especie de tienda general de época, y cerca del bosque una pequeña capilla de madera que huele a calma. A papi le gustó una casa que tenía tejado de hierba. A mí me gustó una que tenía sombra, bancos de madera y un trozo de salchicha abandonado (aunque me lo quitaron antes del primer lametón).

Caminamos casi dos horas, subiendo y bajando entre casitas, y sin ver apenas turistas. Solo un par de humanos con cámaras grandes y una señora que hablaba sola mientras señalaba las ventanas. Supongo que es una especie de ritual local.

Después, comimos rápido en la cámper, en el mismo aparcamiento. Yo abrí la ceremonia con mi pato (que últimamente está muy motivado) y devoré mi ración con entusiasmo escandinavo. Papi comió algo frío, probablemente porque no quería calentar la cámper con el calor que ya hacía fuera.

Luego… coche otra vez. Aproximadamente 135 kilómetros de carretera, sin grandes eventos ni desastres. Paramos solo una vez para estirar las patas —yo, literalmente; papi, metafóricamente— y seguimos avanzando por la costa sueca, que por cierto, huele a bosque más que a mar.

Y cuando ya parecía que íbamos a dormir entre abedules aleatorios, apareció el sitio perfecto: un aparcamiento al lado de un lago cerca de Köpmannholmen. Eso sí, que nadie se emocione con el nombre… la ciudad queda bastante lejos. Aquí no hay tiendas, ni ruido, ni nada que no tenga patas, aletas o alas.

El lago es precioso, con ese brillo tranquilo que tienen los sitios donde no pasa nada, y justo por eso lo quieres todo. Ni viento, ni coches, ni niños chillando. Solo el sonido del agua, unos pajarillos despistados y el clic de mi correa cuando me tumbo.

Esta noche dormiremos aquí. Y si todo sigue igual de tranquilo, puede que incluso deje que papi duerma sin ponerme a ladrar a las ardillas imaginarias. Solo por hoy.

Joan

Curioso de las casas rojas. Es como un museo.

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