Día 157

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El día empezó con el cielo gris, pero eso no nos detuvo. Después de un desayuno tranquilo con Tito Joan, nos lanzamos a explorar Helsinki, aunque el clima no parecía tener muchas ganas de colaborar. Al poco rato, aparcamos junto a la impresionante Catedral ortodoxa Uspenski (Uspenskin katedraali). ¡Menuda joya! Esta iglesia, la mayor de Europa Occidental, nos dejó boquiabiertos con sus cúpulas doradas que brillaban incluso bajo las nubes. ¡Parece sacada de un cuento!

Desde allí nos dirigimos a la Catedral luterana de Helsinki (Helsingin tuomiokirkko), que es igual de imponente pero con su toque elegante en blanco. La Plaza del Senado (Senaatintori), donde se encuentra, tiene algo mágico, rodeada de edificios neoclásicos que nos hicieron sentir como si estuviéramos en una película antigua. ¡Y para rematar, encontramos un mercadillo lleno de cosas ricas y curiosas! Podríamos habernos quedado a comer ahí, pero la lluvia decidió interrumpir nuestro plan. Como si no pudiéramos estar tranquilos ni un momento, ¡empezó a llover a mares!

Con los planes mojados, nos refugiamos en el coche y decidimos seguir adelante. ¡Ya volveremos para explorar más a fondo Helsinki! Pusimos rumbo a un aparcamiento en medio de un precioso bosque, Tasakalliontien pysäköinti. Allí, comimos dentro de la cámper, como todo buen nómada que se respete. Y después, ¡paseo por un lugar peculiar! Nos topamos con una zona sellada donde taparon residuos industriales. Nada raro por aquí: en Finlandia es común hacer esto para integrar los espacios contaminados en la naturaleza. ¡Nos quedamos con la boca abierta!

El tiempo, por suerte, se puso mejor. Seguimos el viaje, y tras unos 45 minutos, llegamos a un rincón perfecto para dormir cerca de Porvoo, rodeados de bosque y con el mar a un paso. ¡Y entonces Papi Edu, sin pensarlo, se tiró al agua! El agua no estaba fría, todo lo contrario, parecía casi invitar a un chapuzón. Lo mejor de todo: una zona de picnic de lo más cómoda, con barbacoas de piedra y leña gratis para hacer fuego. ¡Un lujo!

La verdad, no podríamos haber pedido un final de jornada mejor: rodeados de naturaleza, el aire fresco y el sonido del mar, sin estrés, solo buena compañía y un montón de momentos para recordar.

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