Día 158

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¡Hola, amigos de las patas inquietas! Hoy os cuento nuestro día en tierras finlandesas… ¡con solecito incluido!

Salimos a las 10:30 (sí, a nuestra hora chulina) y 15 minutos más tarde ya estábamos en Porvoo, un pueblito con mucha historia y un encanto de los que hacen mover la cola. Aparcamos justo enfrente del centro, al otro lado del río, y nos lanzamos a explorarlo a pie.

Porvoo es una ciudad preciosa, con casas de madera de colores, calles adoquinadas y una catedral antigua en lo alto. Hay tiendecitas monas, cafeterías donde huele a canela y vistas al río que dan ganas de quedarse a vivir ahí (aunque claro, ¡yo ya vivo en una casa con ruedas!). El buen tiempo acompañaba, así que todo brillaba más.

Después de dos horitas olisqueando por cada rincón, movimos la camper a una sombrita rica y comimos dentro como señores (y perrete). Luego volvimos a la carretera y tras una hora de autovías llegamos a Kotka, otro lugar costero. Esta vez no vimos el pueblo, pero aparcamos junto al mar, en un sitio muy guapo y tranquilo.

Aqui hay otra cámper, también una camioneta con célula, de una pareja alemana mayor. El señor estaba flipando con nuestra célula hecha a mano por mi papi. Le enseñó todo, con orgullo, y claro, ¡es que es una maravilla! Después, como manda la tradición, papi Edu se metió en el agua y hasta Tito Joan se animó con un chapuzón. Yo preferí mirar desde la toalla, que alguien tiene que vigilar el campamento.

Justo al lado del aparcamiento hay algo curioso: una plataforma para lavar alfombras con agua del mar. Sí, sí, como lo oís. Y lo más loco: ¡el agua aquí casi no es salada! Lo hacen a la vieja usanza, restregando con cepillos y todo. Flipante.

Así que hoy fue día de pueblos bonitos, mar, artesanía camper y descubrimientos rarunos. ¡Finlandia nos está tratando muy bien!

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