Día 156

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Anoche dormimos en un sitio tranquilo, rodeado de árboles, silencio… y unos extraños fregaderos de acero inoxidable. Papi Edu y yo nos quedamos intrigados. ¿Lavabos? ¿Estaciones de despiece? ¿Fuentes para gigantes? En el blog de ayer dijimos que investigaríamos. Y esta mañana, ¡misterio resuelto!

Resulta que en Finlandia hay lavaderos públicos de alfombras. Sí, sí, has leído bien. Vienen los finlandeses con sus alfombras enrolladas, las meten en esos fregaderos, las enjabonan con cepillos especiales y las dejan relucientes. ¡Como si fueran lavadoras humanas al aire libre! Todo súper limpio, ordenado y con mucho estilo finlandés.

Después de resolver el misterio, nos pusimos en marcha. Paseamos un rato por un bosque en el arboretum de Niskala, muy bonito pero sin alma de campamento, así que seguimos ruta.

El motivo: íbamos a recoger al tito Joan, que viene a acompañarnos un par de semanas por Finlandia. ¡Otro humano para jugar conmigo! Al salir del aeropuerto tuvimos una pequeña odisea con el aparcamiento: la máquina no reconocía nuestra matrícula, así que no pudimos pagar. Después de varios intentos, papi Edu sacó su carta secreta: una maniobra de escapismo con la cámper 4x4, y salimos del aeropuerto como si nada. Lo llamaremos: la fuga finlandesa involuntaria.

Ya los tres juntos, encontramos un sitio genial para pasar la noche: un aparcamiento junto a la playa, cerca del centro de Helsinki. Hay más autocaravanas, un paseo bonito, césped, mar, y hasta un poco de ambiente vacacional. Por la tarde fuimos a dar una vuelta por la orilla. Yo olí cosas nuevas, Tito Joan miraba el mar, y papi Edu pensaba en cenar. Cada uno a lo suyo.

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