Día 242

A ver, amiguitos peludos y humanos curiosos, os cuento el día de hoy, que empezó con un ¡Hey Macarena! bien animado. Sí, sí, despertarse con un grupo de niños entonando el clásico mientras llegaban en un tren tipo Dotto es… inesperado, cuanto menos. Lo más curioso es que eran niños rumanos, no españoles, ¡y aun así se sabían la canción mejor que mi papi! Estaban allí para visitar el Centro de Visitantes del Parque Natural, donde nosotros habíamos dormido bien cómodos en el aparcamiento.

Después de tanto Hey Macarena, arrancamos la cámper y pusimos rumbo a las afueras de Arad. En Rumanía no tiene el euro así que fuimos a buscar un cajero para sacar unos billetes de leu rumaní. Ya con dinerito fresco en la mano, nos dirigimos al oeste, a un aparcamiento para camiones, porque había que lavar la ropa. Aparcamos el coche justo al lado de la lavadora y secadora. ¡Menudo hallazgo! Mientras las máquinas hacían su magia, nosotros aprovechamos para comer tranquilos en la cámper. ¡Qué maravilla poder lavar los calcetines y rellenar el estómago al mismo tiempo!

Más tarde, con la ropa limpia y el ánimo en alto, pusimos rumbo hacia Timișoara. Pero claro, la vida nómada tiene sus retos, y aquí va uno: ¡llenar el depósito de agua! Rumanía no es como Hungría, donde encuentras fuentes públicas hasta en el pueblo más pequeño. Por ahora, nos quedamos sin agua, pero con esperanza de encontrarla más adelante.

En Timișoara aparcamos en un sitio curioso: el aparcamiento de un zoo abandonado, al lado de un bosque. Yo ya me estaba preparando para mi sesión de sueños profundos cuando mi papi decidió que la aventura no había terminado. Resulta que mi tío Joan venía de viaje en avión para unirse a nuestras aventuras. Nos iba mandando actualizaciones de su odisea aérea: empezó apretujado entre dos grandotes, pero logró escapar al asiento del pasillo. ¡Todo un estratega!

Cerca de las once de la noche, justo cuando estaba en plena siesta perruna de calidad, papi empezó a recoger todo en la cámper. En plena oscuridad, nos lanzamos hacia el aeropuerto, que estaba a unos veinte minutos. El caos en el parking del aeropuerto era digno de película, pero no hubo problemas para recoger al tito Joan. Y con él a bordo, regresamos al mismo aparcamiento junto al zoo para pasar la noche.

Ahora somos tres en la cámper, y yo ya tengo nuevas rutinas que organizar. ¡Qué emocionante es la vida nómada!

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
5 + 4 =
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.