Día 243

Hoy os escribo desde mi humilde canasta, porque la vida de perro viajero no siempre es de cinco estrellas. Es que esta mañana nos despertamos siendo tres en la camper: el tito Joan se ha unido a la pandilla. Y claro, con él ocupando la cama grande junto a mi papi Edu, a mí me ha tocado dormir en mi rincón bajo la cama. Qué queréis que os diga, todo tiene su precio.

Pasamos la noche en el aparcamiento de un zoo que parecía más abandonado que un hueso olvidado. Ni un rugido, ni un aullido, ni siquiera un leve olor animal para cotillear. Seguro que estaba cerrado, aunque a mí no me dejan entrar a esos sitios, así que no me afecta mucho.

El día empezó a ritmo pausado. Es lo que pasa cuando el tito Joan está con nosotros: las arrancadas son más lentas que un caracol cuesta arriba. Después de desayunar arrancamos rumbo al centro de Timișoara, que está muy cerquita. Llegar fue fácil, pero encontrar un sitio donde aparcar... ¡menudo desafío! Entre tanto coche y lo que nos dolía el bolsillo solo de pensar en pagar, tardamos un buen rato en encontrar un hueco decente. Pero lo logramos, y nos fuimos de paseo por el centro.

Timișoara es preciosa, una ciudad que mezcla historia y colores por todos lados. Nos dimos una vuelta por la Plaza de la Victoria (Piața Victoriei), con la majestuosa Catedral Ortodoxa al fondo y el Teatro Nacional saludándonos al otro lado. Aquí todo tiene un aire grandioso, casi teatral, aunque lo que más me gustó fue sentarme un rato en la sombra a observar el ajetreo.

Seguimos hacia la Plaza de la Unión (Piața Unirii), que parece sacada de un cuadro. Los edificios barrocos son tan coloridos que me dieron ganas de pedir que pinten nuestra camper igual. Vimos la Catedral Católica y el Palacio Barroco, y yo aproveché para posar en modo perro viajero profesional.

Y para rematar, llegamos a la Plaza de la Libertad (Piața Libertății), que tiene un aire más relajado. Allí me sentí libre, como bien dice su nombre, mientras mi papi y el tito Joan admiraban los edificios antiguos y yo perseguía un par de hojas que volaban con el viento.

Tras explorar cada rincón volvimos al coche, agotados pero contentos. Decidimos repetir pernocta en el parking del zoo, pero antes hicimos una parada rápida en una fuente pública para cargar agua. Fue muy práctico y nos vino de perlas.

Ahora estamos de vuelta, listos para dormir. Yo seguiré en mi canasta bajo la cama, pero la verdad es que no me importa. Después de un día como este, lleno de olores, paseos y lugares interesantes, cualquier rincón se siente como un palacio.

Joan

Hoooo

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