Habíamos pasado la noche cerquita de Sighișoara, rodeados de naturaleza y tranquilidad… bueno, casi. Porque, aunque mi papi decía que todo estaba tranquilo, yo no podía ignorar al perro callejero que andaba por ahí. ¡Me daba un poquito de miedo! Y, como si eso no fuera suficiente, los perros de los alrededores decidieron que era buena idea montar un concierto nocturno de ladridos. Pero, oye, al final dormimos bien, porque soy valiente y sé que papi siempre me protege.
Por la mañana, arrancamos el coche y pusimos rumbo al sur. Pasamos por una pequeña ciudad llamada Agnita, donde encontramos una iglesia fortificada. ¡Menuda sorpresa! Aparcamos y dimos un paseo rápido para echarle un vistazo desde fuera. Al parecer, se podía entrar pagando entrada, pero claro, yo no podía pasar. Así que nos conformamos con admirarla desde fuera.
Seguimos nuestro camino y llegamos a otro pueblo llamado Carta, donde había unas ruinas de una iglesia. Fue una parada exprés: un par de fotos rápidas y vuelta al coche. Mi papi estaba entusiasmado porque su objetivo principal era el **Transfăgărășan Highway**, una carretera épica que cruza los Cárpatos. Según me contó, es famosa por sus curvas imposibles y sus vistas espectaculares. Pero también nos temíamos lo peor… En esta época del año, ya suele haber nieve, y las probabilidades de que estuviera cerrada eran altas.
Conforme subíamos por la carretera, el paisaje empezó a transformarse: los primeros copos comenzaron a caer, y en poco tiempo todo estaba blanco. ¡Parecía un escenario de película de Navidad! Llegamos hasta un pequeño pueblo donde hay una estación de teleférico que sube a una cascada. Pero, sorpresa (o no), la carretera estaba cerrada con una gran barrera. Y con la ventisca que empezaba a formarse, ni se nos pasó por la cabeza ir a explorar la cascada.
Dimos media vuelta con mucho cuidado, porque la carretera estaba cubierta de nieve, y bajamos lentamente, como quien camina sobre hielo por primera vez. ¡Yo estaba atento por si había que ladrar una alerta de emergencia!
Finalmente, encontramos un lugar para refugiarnos: en lo alto de una colina, con vistas a un embalse que parecía sacado de una postal. Las vistas eran espectaculares, pero el frío nos obligó a buscar cobijo rápido. Así que aquí estamos, calentitos en nuestra camper, disfrutando de las vistas desde la ventana. ¡Y yo soñando con mi mantita y mi pato de goma!
Eso sí, tengo que decirlo: las aventuras en la nieve me hacen sentir como un perro explorador de los Alpes. ¡Solo me falta el barrilito de brandy al cuello!
Hola Edu me encanta tu viaje !!