Día 258

¡Hola, amigos de las patas inquietas y los morros curiosos! Aquí vuestro reportero favorito, Chuly, listo para contaros otra peripecia sobre ruedas. Spoiler: incluye viento bailarín, agua mágica, papeleo virtual y un puente que, sinceramente, tiene una idea un poco rara de la "amistad".

Anoche la cosa estuvo movidita, y no porque bailáramos al ritmo de mi pato de goma. El viento decidió montarse una fiesta rave alrededor de nuestra camper, y aquello parecía un barco en plena tormenta. Mi papi y yo aguantamos como campeones, aunque mis orejas, esa mitad tiesa y mitad doblada, parecían querer despegar como un helicóptero. Por suerte, al amanecer el viento se calmó un poco, aunque yo no bajé la guardia y me aferré al pato por si acaso.

Salimos tranquilos sobre la una, dejando atrás un sitio que resultó ser bastante bonito. Pero, claro, al llegar la noche anterior no vimos nada porque estaba oscuro y mis superpoderes perrunos no incluyen visión nocturna (¡un fallo en mi diseño, lo sé!).

Tras unos 20 minutos de paseo llegamos a un manantial para llenar el depósito de agua, que estaba más seco que un hueso olvidado. Mi papi se puso manos a la obra mientras yo vigilaba el perímetro, porque, ya sabéis, nunca se sabe si un intrépido pájaro o una ardilla planea un ataque sorpresa. Con el depósito lleno y nuestras reservas aseguradas, estábamos listos para seguir la ruta.

Pero antes de continuar, mi papi, que es un maestro en esto de planificar sobre la marcha, se encargó de algo crucial: conseguir por internet la famosa viñeta para poder circular por las carreteras de Bulgaria. Lo hizo con su móvil, mientras yo supervisaba desde mi jaula en la cabina. ¡Qué pro es mi humano! Si el cybersurfing fuera un deporte olímpico, mi papi se llevaba el oro seguro.

Y ahora sí, nos dirigimos hacia la frontera, donde nos recibió la ya clásica fila interminable de camiones esperando pacientemente su turno. Por suerte, ser pequeños tiene sus ventajas, y para nosotros el paso fue bastante rápido. Eso sí, el famoso "puente de la amistad" nos cobró 15 lei (unos 3 euros) por cruzar. ¿Amistad? Yo diría "puente del te-cobro-por-ser-amigo", pero no soy yo quien pone los nombres.

La cosa se puso interesante en mitad del puente, cuando unas obras nos obligaron a detenernos justo en la mismísima frontera entre Bulgaria y Rumanía. ¡Qué momento tan simbólico! Aunque yo, sinceramente, solo pensaba en el frío polar que hacía y en lo bien que estaría acurrucado en mi mantita.

Una vez superado el puente y pasados los controles de pasaporte y documentación (sin dramas, que conste), continuamos hacia nuestro destino nocturno: un rincón junto a un pequeño río. El sitio es tranquilo y acogedor, aunque lleno de perros callejeros que, lo confieso, me imponen un poco de respeto. Yo los observo desde la camper, calentito y seguro, mientras el viento sigue soplando como si quisiera meterse en nuestra pequeña casa rodante.

Por cierto, ¡notición! Bulgaria es el país número 18 en nuestra lista de aventuras. De España a Andorra, pasando por Francia, Alemania, los Países Bajos, las tierras escandinavas y un montón más, hemos llegado hasta aquí, y os aseguro que cada país ha sido una huella más en nuestro mapa de recuerdos.

Y aquí estamos, refugiados del frío y planeando la próxima aventura. Porque si algo tengo claro es que, con mi papi y nuestra mini-casa rodante, cada día es un capítulo nuevo lleno de sorpresas, papeleos virtuales y alguna que otra parada estratégica.

Yoooo

Súper me encanta el relato.

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