Día 5
Nos costó despedirnos del sitio perfecto donde habíamos pasado la noche anterior. Era tranquilo, tenía buenas vibras y olía a hierba mojada con posibilidades. Por la mañana aún salía un poco el sol entre las ramas del bosque, como si quisiera convencernos de quedarnos un ratito más. Pero ya sabéis cómo va esto: si no arrancas, no avanzas. Así que arrancamos.
Pusimos rumbo a Valence, para estirar las patas (las mías) y las piernas (las de papi Edu). Paseamos por la oriilla del río, cerca de una esclusa gigantesca. El paseo fue muy agradable, con sol, árboles altos, patos charlando en voz baja y el agua del Ródano avanzando con ese aire de saber a dónde va.
Después volvimos al coche y seguimos hacia Hauterives, donde se encuentra el famoso Palais Idéal du Facteur Cheval. Unos cinco kilómetros antes de llegar, encontramos un lugar bonito junto a una carretera pequeña. Perfecto para comer y reorganizar un poco el pelaje (en su caso, la barba).
Después de un par de horas de descanso y estética, retomamos la ruta. Al llegar a Hauterives, aparcamos justo donde dice que no se puede aparcar autocaravanas. Pero nuestra cámper, como bien sabéis, no es una autocaravana. Es una camioneta con alma libre y corazón de garaje. Total, no se parece ni de lejos a una de esas ballenas blancas.
Yo me quedé dentro, en mi cama, con la expresión sufrida de quien está a punto de morir de aburrimiento. Mientras tanto, papi Edu fue a visitar el Palais Idéal, una locura maravillosa construida por Ferdinand Cheval, un cartero del siglo XIX con una imaginación desbordada y una paciencia infinita. Durante 33 años, fue recogiendo piedras durante sus repartos postales, y con ellas levantó un palacio digno de un sueño extraño.
Se dice que la inspiración le vino de todas las postales que pasaban por sus manos, como si cada timbre le susurrara una torre, cada matasellos una gruta. El resultado es una mezcla de catedral, castillo de arena y parque temático de civilizaciones. Hay columnas hindúes, torres árabes, grutas egipcias, escaleras imposibles, y más detalles de los que mi nariz podría olfatear en una semana. Algunos lo comparan con las obras de Gaudí, pero mientras Gaudí tenía arquitectos, artesanos, mecenas y planos, Cheval lo hizo todo él solo, con su carretilla y un cabezón del tamaño de una cúpula. Lo suyo es el surrealismo rural a base de cal y sudor.
Cuando terminó su visita, Papi Edu volvió a por mí. Esta vez fuimos juntos al cementerio del pueblo, a un kilómetro, donde está la tumba de Cheval. Una tumba tan peculiar como su palacio. En ese momento empezó a llover, como si el mismísimo Cheval nos estuviera lanzando un cubo de inspiración desde el más allá.
Volvimos al coche algo mojados y pusimos rumbo a la búsqueda del próximo refugio nocturno. Encontramos un sitio muy bonito junto a un pequeño lago. Ideal para dormirse con sonido de ranas... pero con cero cobertura. Y sin internet, papi Edu se pone más inquieto que yo cuando escondéis mi osito de peluche.
Así que seguimos unos kilómetros más hasta llegar a una pequeña iglesia llamada Chapelle du Cordier, cerca de Champier. Es una capilla de piedra, solitaria, con su Madonna en lo alto y vistas al campo. No parece que venga mucha gente. De hecho, no parece que venga nadie. El sitio tiene un aire entre místico y olvidado. A mí me gusta.
Aquí estamos, bajo la lluvia otra vez, pero secos por dentro. Solos, tranquilos y con un techo sobre nuestras cabezas. No es un palacio ideal, pero para nosotros, esta noche, sí lo es.
Añadir nuevo comentario