Día 32
Mull of Galloway - Girvan
Faros, vientos locos y trompetas de niebla
El día empezó lento. Pero lento nivel caracol con resaca. Afuera, una llovizna fina que parecía más bien que alguien estuviera escupiendo desde las nubes con desgana. Y dentro, nosotros en modo pereza total, viendo cómo el aparcamiento del faro de Mull of Galloway se iba llenando poco a poco de turistas valientes. A eso de las doce, cuando ya se podía andar sin sentirte dentro de una nube mojada, salimos por fin de la cámper.
Primero dimos un paseo por el complejo del faro. Allí hay varias cosas interesantes para humanos y algo de hierba para que yo pueda marcar estilo. Caminamos hasta el mirador del punto más al sur de Escocia. Vistas panorámicas sobre los acantilados, mar por todos lados, y si no hay bruma, se ven claramente la Isla de Man y hasta Irlanda. Allí uno puede decir con orgullo: “¡he llegado al fondo del país y sigo vivo!”
Luego nos acercamos al foghorn, una trompeta de niebla enorme que antes gritaba con voz de trueno cuando la niebla lo cubría todo. Ahora está jubilado, pero aún impone respeto.
Como ya no llovía, papi Edu decidió hacer la visita completa. Pero como los perros no podemos subir al faro (¿quién inventó esa norma?), me dejó en la camper y él volvió con ganas de culturizarse. La entrada funciona por "donación sugerida", pero con precios listados como en un menú. Vamos, que lo de donación es más bien decorativo. Papi pagó cinco libras, que es lo justo, y entró.
Primero subió al faro. El faro del Mull of Galloway es uno de esos blancos, clásicos, elegantes. Construido en 1830 por Robert Stevenson (sí, el abuelo del escritor), sigue en funcionamiento hoy en día. En la cima, un voluntario le explicó los cambios tecnológicos: antes usaban mechas, luego gas, después bombillas halógenas enormes, y ahora solo dos bombillas LED de 250 vatios en total. Iluminación de bajo consumo con vistas de alto nivel.
Abajo, en la exposición, otro voluntario le explicó cómo funcionaba la trompeta de niebla. Aquello usaba tres motores diésel, cada uno con unos cuarenta caballos de potencia. No parece mucho, pero juntos movían compresores de aire que alimentaban la bocina. Todo el sistema era más para hacer temblar los huesos que para ser eficiente. Aunque hoy ya no se usa, está todo restaurado y reluciente como si lo fueran a encender en cualquier momento.
Tras la visita, volvimos al coche y nos pusimos rumbo norte, hacia Portpatrick. Aparcamos en un parking amplio, cerca de otro farito más modesto. Comimos tranquilos y echamos una siesta, porque este cuerpo perruno necesita energía antes de cada exploración seria.
Por la tarde, nos fuimos a recorrer el puerto de Portpatrick. El agua estaba sorprendentemente baja, unos cinco metros por debajo del nivel de los muelles, pero los barcos seguían flotando como si nada. Luego hicimos el sendero hacia el faro de Killantringan. Es un camino costero con subidas y bajadas suaves, prados verdes, vistas al mar y viento, mucho viento. Al final del camino, el faro nos esperaba como si lo hubieran copiado y pegado desde la mañana: otra obra de Stevenson, blanca, con su cúpula y todo. Igualito al de Mull of Galloway, solo que cerrado.
El paseo fue muy agradable, aunque el aire parecía empeñado en peinarme al revés. De vuelta en Portpatrick, el cielo se había nublado y el viento empezaba a azotar de verdad. Tocaba buscar sitio para dormir.
Y ahí vino el problema: en Portpatrick no está permitido pernoctar, y el viento era tan bestia que no valía cualquier rincón. Queríamos aparcar con el morro del coche al viento para no sentirnos en un simulador de vuelo toda la noche. Pero la costa aquí está tan despejada que no hay ni un mísero árbol para protegerse.
Finalmente encontramos un aparcamiento en la costa, cerca de la ciudad de Girvan. El viento sigue soplando fuerte, pero al menos es constante y no en rachas locas. Aparcamos bien orientados, y alrededor hay unas diez autocaravanas más, todas cerradas a cal y canto. Nadie se atreve a salir. Yo tampoco tengo muchas ganas de que el viento me lleve como una cometa con patas.
Así que esta noche toca cena en modo tormenta polar, bien arropados, y sueño con vistas al mar.
Añadir nuevo comentario