Día 31

Wigtown - Mull of Galloway

Del paraíso literario al faro del fin del mundo

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🌄 Amanecer y marea veloz en el puerto de Wigtown: cámara rápida (300x)
🐾 Castillos, cuevas y capillas: ruta perruna por Wigtown, Sorbie y Whithorn 🏰🌊
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Despertar en el puerto de Wigtown fue como levantarse en un anuncio de vida perfecta para perros (y humanos). Silencio total, vistas abiertas al estuario, hierba fresquita para revolcarse, un grifo de agua a mano y cobertura móvil como para montar una oficina de hackers. Y encima, el sol se dignó a aparecer entre las nubes escocesas. Con ese ambiente, entramos en modo zen total. Nada de prisas, ni de correr, ni de “venga que nos vamos ya”. Toda la mañana estuvimos dentro y fuera de la camper, arreglando cosas, oliendo el aire, desayunando, tomando el sol con el lomo al viento… lo que viene siendo vivir bien.

Dimos un par de paseos por el camino que bordea el puerto. Primero fuimos hacia un pequeño refugio de madera para observar aves, que estaba a unos cien metros. No vimos ni un milano ni un pato bailarín, pero sí un grupo de ovejas gorditas y vacas sin complejos. Luego intentamos el otro lado, pero el sendero seguía cerrado por la temporada de cría de corderos (“lambing”), según avisaba un cartelito simpático. Así que tocó volver por donde habíamos venido, sin enfados, que estábamos en modo relax premium.

Al mediodía aún estábamos allí, sin ganas de mover una sola rueda. Comimos algo ligero, llenamos el depósito de agua y finalmente, cuando ya casi eran las tres, arrancamos rumbo a nuevas aventuras. Eso sí, sin alejarnos mucho.

A unos doce kilómetros estaba nuestra primera parada: Sorbie Tower. Es una torre de piedra del siglo XVI, antigua residencia del clan Hannay. Hoy está en proceso de restauración gracias a una asociación voluntaria. La entrada es gratuita, aunque se acepta una donación.

Allí conocimos a un hombre muy majo, neozelandés él, que forma parte del grupo que está restaurando la torre. Se puso a hablar con papi Edu sobre la historia del lugar, la familia Hannay, las obras que han hecho y las que aún quedan por hacer. Mientras tanto, yo saludaba a otros humanos que venían y se iban, todos encantadores. Un sitio pequeño, pero con alma.

Seguimos hacia el sur, hasta Whithorn, que también tiene su historia. Es uno de los lugares cristianos más antiguos de Escocia, donde se dice que predicó San Ninian. Paseamos por el cementerio antiguo, la iglesia moderna y las ruinas de la priorato medieval, muy tranquilas y con ese aire místico de las piedras viejas. A mí me olía todo a siglos y a musgo. A papi Edu le gustó ese ambiente tranquilo, sin turismo en masa, sin gritos, sin prisas.

Y como el día nos estaba saliendo redondo, decidimos rematarlo con una excursión hasta la costa. Aparcamos cerca del sendero y caminamos un kilómetro hasta la playa. Allí está St. Ninian’s Cave, la cueva donde, según la tradición, San Ninian se retiraba a meditar. San Ninian fue uno de los primeros misioneros cristianos de Escocia, allá por el siglo IV, y es muy venerado en esta zona. La cueva no es gran cosa visualmente hablando (un agujero en la roca con algunas piedras talladas), pero el paseo hasta llegar a ella fue muy bonito: bosque, helechos, canto de pájaros y al final, una playa de piedras con vistas amplias al mar de Irlanda.

En la playa, papi Edu se encontró con un inglés que también viajaba solo en cámper. Hablaron un buen rato sobre Escocia, Irlanda y rutas con ruedas. Yo mientras me dedicaba a inspeccionar piedras húmedas y olfatear mensajes dejados por otros canes marineros.

Después, ya con el cielo algo más oscuro, volvimos al coche. Hasta entonces el día había sido de pantalón corto y brisa suave, pero durante la conducción empezó a llover y el viento se levantó con ganas. Como si Escocia nos dijera: “¿Os estabais acostumbrando al sol? Pues toma nubes en la cara”.

El destino final del día fue Mull of Galloway, el punto más meridional de Escocia continental. Un cabo espectacular, con acantilados, faro blanco y vistas de película. Aparcamos en el parking al borde del mundo. Desde la puerta de la camper se ve el faro como una postal, y por las ventanas, solo mar y acantilados. Están aquí un par de cámpers más, pero hay sitio de sobra para sentirse solo con el viento.

Antes de meternos en modo nocturno, dimos un paseo corto hasta el faro. Mañana lo exploraremos mejor, con calma. Pero ya de noche se nota que este lugar tiene algo especial. Aquí no hace falta dormir con ruido blanco: el viento y las olas hacen su propia sinfonía.

Y yo, feliz, porque hoy he tenido playa, bosque, ruinas, piedra y humanos majos. ¿Qué más se puede pedir? Bueno, sí, que no llueva mañana. Pero eso ya lo negociaremos con las nubes.

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