Día 33
Girvan - Fairlie
De Trump a la ducha escocesa
La noche fue tranquila. Tranquila de verdad, sin viento ni ruidos raros ni bichos con patas de más. Hasta soñé que me daban chuches sin límite… pero justo cuando iba a morder la tercera, me desperté. En fin.
Salimos sobre las diez hacia el norte, como si tuviéramos prisa por ver nubes nuevas. Hicimos una parada rápida en un sitio que olía a césped recién cortado y a dinero viejo: un campo de golf super arreglado con una bandera escocesa del tamaño de una manta de cama. Papi Edu se hizo un selfie patriótico con la bandera ondeando detrás, y yo aproveché para regar un seto de estilo colonial.
Y luego… ¡tachán! Resulta que todo eso era el Trump Turnberry. Sí, Trump, como el del pelo de mapache, pero en versión escocesa. Este campo de golf es uno de los más lujosos y famosos de Escocia (y del mundo, dicen), con vistas al mar, un hotel cinco estrellas, y precios que dan más vértigo que el acantilado de al lado. Desde 2014 pertenece al mismísimo Donald Trump, que lo rebautizó como "Trump Turnberry". En sus campos se han jugado varios Open Championships, aunque últimamente lo que más se juega aquí es al postureo con polos caros y carritos eléctricos. A mí me pareció todo demasiado estirado. No vi ni un solo palo de recoger pelotas, ni un mísero chucho golfista.
Seguimos hacia el norte y pasamos por el pueblo de Alloway, donde de pronto todo se volvió muy poético. Literalmente. Había señales por todas partes anunciando monumentos de Robert Burns, Casa Natal de Robert Burns, Jardín de Robert Burns, Museo de Robert Burns, Lavabo donde Burns se lavaba la cara… Bueno, este último me lo he inventado, pero no andaba lejos.
No sabíamos quién era ese tal Burns, así que aparcamos y nos dimos un paseo para averiguarlo. Resulta que Robert Burns es el poeta nacional de Escocia, algo así como el Lope de Vega con falda y gaitas. Nació aquí en Alloway en 1759 y escribió un montón de poemas en escocés, sobre el amor, la libertad, el whisky y las vacas (no necesariamente en ese orden). Su poema más famoso es Auld Lang Syne, que seguro habéis oído alguna Nochevieja mientras alguien canta borracho sin saber la letra.
El monumento principal está en un jardín muy cuidado, con columnas griegas, estatuas y carteles que explican su vida y obra. Todo muy bonito, sí, pero también un pelín cursi, como si hubieran diseñado el parque unos románticos empedernidos con sobredosis de haggis. Papi Edu intentó leerme unos versos en voz alta, pero justo pasaron unos niños gritando y yo aproveché para tirar de la correa. Milagro poético esquivado.
Después seguimos ruta y paramos en un Lidl al sur de Ayr. Ya sabéis, ese templo sagrado donde huele a pan barato y croquetas congeladas. Papi Edu compró lo de siempre y luego fuimos a una tienda de animales. Yo, ilusionado. Pensaba: “¡Toca premio! Un hueso, una pelota, una cuerda con forma de ardilla… algo.” Pues no. Solo compró pienso (otra vez), pipetas (otra vez) y una correa extensible nueva. ¿Juguetes? ¿Chuches? Nada. ¡Nada! ¿Acaso esto es vida?
Seguimos rumbo norte, pasamos por Troon, por Ardrossan, y finalmente aparcamos en el Clyde Muirshiel Regional Park, justo al inicio de la ruta Fairlie Glen Circular Walk. Esta zona es un paisaje de colinas suaves, pastos verdes y cielos dramáticos, donde parece que en cualquier momento puede salir un unicornio o un gaitero depresivo. Fairlie Moor, en lo alto del parque, es un terreno abierto con vistas espectaculares del fiordo de Clyde y la isla de Arran, cuando las nubes dejan ver algo. No era el caso hoy.
Como el tiempo no acompañaba —nubes grises, viento flojo pero insistente y lluvia fina del tipo que parece que no moja pero sí— decidimos hacer un poco de senderismo corto. Aparcamos, comimos en la camper y luego fuimos a ver la catarata de Glenburn. Catarata, dicen. Más bien era un chorro tímido saliendo entre las piedras. Como una ducha de camping sin presión. Pero el rincón era bonito, con árboles altos, musgo por todas partes y ese silencio que parece que te susurra: “no corras, que vas a resbalar”.
Y como el día no daba para más aventuras, nos quedamos aquí. Los pocos coches que se habían aparcado por la tarde se fueron marchando uno a uno, como gatos callejeros al sonar la alarma. Nos quedamos solos, con la camper en medio de la nada y la sensación de haber visto un poco de historia, un poco de lujo y una ducha escocesa al aire libre.
Yo, mientras tanto, sigo esperando mi pelota.
Añadir nuevo comentario