Salimos a eso de las once, con la calma de quien ya ha descubierto que madrugar en Escocia no garantiza sol ni whisky gratis. Volvimos a Knockan Crag National Nature Reserve, pero esta vez dejamos el coche abajo, donde no hay que pagar, y subimos el último tramo a pata, como buenos montañeros de fin de semana.
El parking estaba casi desierto. Solo quedaba un coche solitario: nuestros amigos malagueños y gibraltareños ya se habían evaporado como la niebla escocesa. Hicimos el sendero educativo del parque, una mezcla entre paseo geológico y curso acelerado sobre tectónica. ¿Sabíais que aquí puedes ver cómo se peleaban las capas de la Tierra hace cientos de millones de años? Pues eso. Paneles informativos, esculturas en mitad del camino, rocas que hablan (bueno, casi)... Todo muy educativo y entretenido. Tardamos algo más de una hora entre leer, posar para selfies, sacar fotos y vigilar que yo no me hiciera una madriguera en medio de un pliegue geológico.
Después nos fuimos en coche hacia la playa de Achnahaird. Ya es la segunda vez que recorremos esa carretera escénica que pasa por Stac Pollaidh, una montaña tan puntiaguda que parece diseñada por un dragón con complejo de escultor. El aparcamiento de la costa nos encantó: tranquilo, sin tráfico y con vistas abiertas al mar. Solo faltaba una gaita suave de fondo.
Paseamos entre ovejas que parecían más interesadas en pastar que en nuestras vidas, y llegamos a la playa. Achnahaird Bay es un rincón amplio, salvaje, con arena blanda, montañas al fondo y ese aire de postal antigua que solo el noroeste escocés puede regalarte. El cielo estaba un poco nublado, pero hacía buen tiempo. Bueno… no hacía calor, pero para los estándares locales era casi como una ola tropical.
Papi Edu se tumbó en la arena a tomar el sol como un lagarto prudente, mientras yo jugué con entusiasmo perruno, cavé un par de agujeros estratégicos y, como no podía ser de otra forma, lo dejé lleno de arena hasta las orejas. Almorzamos en la cámper y hacia las cinco y media pusimos rumbo de nuevo. Quisimos seguir por la carretera del sur de la península, pero ¡sorpresa! no tiene salida. Así que volvimos por Stac Pollaidh, sí, por tercera vez. La montaña ya nos saluda con la ceja levantada.
En Ullapool aparcamos en el Tesco, donde papi Edu hizo compras para sobrevivir un par de días más. Después, parada técnica en una gasolinera: gasoil y agua. Sí, agua de pago. ¡Una libra! Creo que es la primera vez en todos nuestros años de camperistas que pagamos por llenar el depósito de agua. Papi Edu aún lo está superando.
Intentamos buscar sitio para dormir en la ciudad, pero entre iglesias con misa al día siguiente y aparcamientos demasiado visibles, todo eran pegas. Al final, aparcamos un rato en Shore Street, aunque no para dormir. Papi Edu tenía cita social: había quedado con Len, May, Douglas y Janice para tomar algo en el hotel Argyll, donde tocaban Pat Dennis y Susanna Wolfe. Supuestamente, músicos. En su pueblo, los conocerán.
Yo me quedé en la cámper, vigilando que ningún gaitero se colara a medianoche. Papi volvió casi a las once y media. Según él, la música no era gran cosa, pero la compañía mereció la pena. Luego cogimos el coche y, en menos de cinco minutos, nos plantamos en un lay-by a la entrada (o salida) de Ullapool. Ya había coches con gente durmiendo, algunas autocaravanas y hasta un coche con tienda de techo. Como buenos náufragos del asfalto, nos quedamos también a dormir ahí, con la banda sonora de algún grillo perdido y el ronquido de un motor lejano.
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