Día 73: Lochinver - Clar Loch Beag
Cima, ciervos y charla... hasta que llegaron los midges
Salimos del aparcamiento de Lochinver a eso de las once y media, después de una noche sin encanto pero sin sobresaltos. Papi Edu puso rumbo al sur por unas carreteras que parecían hechas por una culebra borracha: un solo carril, passing places cada pocos metros, curvas imposibles y ovejas con vocación suicida. Veinticinco kilómetros que nos costaron tres cuartos de hora largos.
El destino: el aparcamiento de Stac Pollaidh. O como yo lo llamo, el sacapatas oficial del día. Pagamos seis libras por ser coche. Si hubiéramos venido con casa a cuestas, o sea, en motorhome, nos habrían soplado ocho. Menos mal que el chiringuito con ruedas es compacto.
El sendero es circular, con solo un cachito que se repite. Subimos desde unos setenta metros hasta más de quinientos. Una hora y poco, más por las fotos y los resoplidos que por el terreno en sí. Porque, oye, el camino no es ninguna tortura: bien marcado, firme, con escaleritas de piedra incluso. Vale, sí, hay alguna cuesta que te hace cuestionarte tus decisiones de vida, pero nada dramático. Nos cruzamos con gente, pero para la cantidad de coches en el parking tampoco era una romería. Incluso había críos pequeños haciendo la ruta. Muy valientes. O inconscientes. O chantajeados con helado, quién sabe.
La cima… buf. Qué vistas. Unas panorámicas que hacen que uno se quede un rato largo con cara de póster, mirando a todos lados, aunque no sepas exactamente qué estás mirando. Lagos, montañas, nubes haciendo teatro… un espectáculo. Yo olisqueé cada piedra como si allí arriba alguien hubiera escondido un secreto.
La bajada fue más rápida. Y en mitad del descenso, zas: cuatro ciervos con cuernos como antenas parabólicas cruzando por delante. Nos paramos en seco. Yo me los quedé mirando, ellos a mí, pero no hubo enfrentamiento. Supongo que sabían que hoy no era día de batallas.
Comimos en la camper y nos echamos una siestita de las buenas. Luego, papi Edu dijo que íbamos a ver algo llamado Knockan Crag. ¿Qué es? Pues un sitio muy importante geológicamente. Parece ser que aquí las rocas viejas están encima de las jóvenes, y los humanos se pusieron muy nerviosos con eso y lo convirtieron en atracción. Hay carteles explicativos, esculturas de piedra y hasta una ruta corta con vistas alucinantes. Pero ni tiempo nos dio de explorar.
Porque justo al aparcar, se nos acercó un hombre que nos dijo que nos había visto llegar. Era Len, de Málaga, con su mujer May. Nos habían reconocido por nuestro coche. No es que vayamos disfrazados de payaso, pero la camper llama la atención. Ellos estaban aparcados con su autocaravana del tamaño de un transatlántico. Y con ellos, otra pareja: Douglas y Janice, de Gibraltar. Resulta que anoche nos vieron también, cuando buscábamos sitio para dormir. El único sitio plano estaba ya ocupado por su nave nodriza.
Sacamos las sillas, ellos sacaron el whisky, papi Edu una Coca-Cola, y nos montamos una terracita internacional de lo más simpática. Risas, anécdotas, y conversaciones de esas que empiezan hablando del clima y acaban resolviendo el mundo. Pero claro, eran casi las siete y media y los midges decidieron que era su turno. En cuestión de minutos nos rodeó una nube tan densa que pensé que iba a despegar. Ni el "Skin so Soft" ni el "Smidge", que es el spray antimosquitos que usan por aquí, logró parar el ataque.
Todo el mundo se retiró a sus caravanas. Nosotros, que no queríamos pagar diez libras por dormir en ese aparcamiento, hicimos lo que mejor se nos da: huir. Condujimos menos de una milla hasta encontrar un camino de grava medio abandonado, y allí, junto a unos arbustos y con vistas abiertas, aparcamos. Maravilla de sitio. Tranquilo, bonito y, por algún milagro, sin midges. Papi Edu se duchó al aire libre como un campeón, sin espectadores. O eso creía. Porque justo después llegaron dos campers más y se instalaron a cien metros. Menos mal que Edu ya había guardado la toalla.
Ahora estamos aquí, respirando aire puro, sin mosquitos y con la sensación de haber tenido un día redondo: montaña, vistas, nuevos amigos y ducha sin prisa. Si no fuera porque sigo sin entender qué es lo que hay que ver exactamente en Knockan Crag… sería perfecto.
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