¿Aventura? ¿Dices aventura? Pues hoy lo más aventurero ha sido cruzar el puente colgante con los pelos del cogote en alto. Pero vamos por partes.
Nos despertamos con lluvia en el aparcamiento de la entrada de Ullapool, y como nadie tiene prisa en una nube, salimos a mediodía. Media horita después (vale, veinte minutos, pero yo iba dormido y todo me parece largo) llegamos a Corrieshalloch Gorge. Hay un centro de visitantes con aparcamiento de pago, pero papi Edu, que de tonto tiene solo lo justito, aparcó en un lay-by a cincuenta metros. Gratis.
Se supone que lo del aparcamiento es para el mantenimiento del parque. Pero vamos a ver: ¿cinco libras por cabeza aunque seas solo una cabeza? ¿Y si vienen cinco humanos en una sola lata con ruedas, todos por una libra? A mí que me lo expliquen. Mejor sería decir “esto cuesta cinco libras por humano” y punto. Pero no, lo camuflan. Como el pienso que intentan camuflar con caldo… a mí no me engañan.
El sitio es bonito, sí. El desfiladero impresiona, hay un puente colgante (pero no mucho, porque es bastante firme) y una plataforma que cuelga del abismo para los que se creen halcones peregrinos. Papi posó ahí como si no tuviera vértigo, pero yo vi cómo le temblaban las patitas.
Hicimos la ruta larga, que es como decir: “dimos la vuelta entera al parque”. Solo que el parque es mini, y la ruta tiene como tres kilómetros. Además está tan bien pavimentada que podías recorrerla en patinete. No había ni barro. Ni aventura. Ni siquiera una ardilla rebelde. Yo lo llamaría “excursión escénica con barandilla”, más que caminata.
Después volvimos al coche y condujimos unos cuarenta kilómetros hasta un mirador sobre Gruinard Beach. Lo típico: lay-by, paisajes de postal y ovejas decorativas. Pero papi Edu tiene buen ojo y mejores ruedas, así que encontró un trozo de campo encima del mirador donde solo se sube si tu coche tiene alma de cabra montesa. Nuestra cámper subió, sin problema y con dignidad, y desde allí arriba... ¡madre mía, qué vistas!
Lo malo es que también hay midges. Montones. Nubes de picaduras con patas y alas. Así que sí, tenemos las mejores vistas de toda Escocia, pero solo las podemos ver a través de las ventanas.
Comimos dentro. Vimos atardecer desde dentro. Decidimos dormir aquí. Dentro. Y estamos muy a gusto. De verdad. Aunque yo ya sospecho que a este ritmo papi Edu va a terminar aprendiendo gaélico sin pisar un sendero embarrado en toda Escocia.
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