Día 108: Belfast (Titanic Quarter)

Explorando el Titanic Quarter de Belfast, entre barcos gigantes, historias de naufragios y paseos junto al río.

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La mañana empezó como siempre, con nosotros a nuestro ritmo… es decir, sin prisa ninguna. A eso de las doce papi Edu por fin arrancó el coche. Yo ya estaba listo desde hacía rato, pero claro, nadie me pregunta a mí la hora que me viene bien. En apenas veinte minutos llegamos a Belfast y aparcamos en un sitio que sonaba muy serio: el Titanic Quarter. Vamos, que si el barco se hundió, al menos aquí lo han convertido en barrio de lujo. El aparcamiento era de pago, pero razonable: dos libras la hora. Papi Edu dijo que eso en Dublín sería precio de chiste.

Yo me quedé en la camper vigilando todo, mientras papi Edu y tito Javi se fueron a ver la Titanic Experience. Por lo que entendí es un museo enorme dedicado al famoso barco: su construcción en los astilleros Harland & Wolff, las historias de los pasajeros y hasta maquetas donde puedes imaginarte paseando por sus salones antes del chapuzón final. También entraron en el SS Nomadic, un barquito mucho más pequeño pero histórico: era el transbordador que llevaba a los pasajeros desde tierra hasta el mismísimo Titanic. Vamos, el taxi marítimo más famoso del mundo.

Yo los esperé con toda la paciencia que un bodeguero puede tener (que no es mucha). Volvieron pasadas las cinco y media, agotados de tanto mirar paneles y maquetas. Yo, mientras tanto, me había echado una siesta de campeonato. Luego comimos: ellos comida de humanos, yo pienso. El reparto de siempre.

Pero no acabó ahí. Aún les quedaba tiempo en el parquímetro, así que se fueron a caminar por la zona. Me llevaron también, que ya tocaba. Fuimos hasta el HMS Caroline, un barco de guerra de la Primera Guerra Mundial. Estaba cerrado, pero igual lo vimos desde fuera y la verdad imponía bastante. El paseo fue agradable, con vistas al puerto y ese aire marino que a mí me da ganas de estornudar.

Ya cansados, volvimos al coche y en veinte minutos estábamos de nuevo en el aparcamiento del bosque donde habíamos dormido la noche anterior. Tranquilidad, silencio, solo dos campers más y yo feliz porque aquí huele a naturaleza. Para mí, mejor que cualquier museo.

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