Hoy repetimos Belfast, pero esta vez aparcamos en pleno centro. El parquímetro pedía libra y media por hora, así que papi Edu echó para cinco horas. Con ese tiempo, ¡nos daba para dar más vueltas que una peonza!
Primero fuimos hacia la Catedral de Belfast. Bueno, más bien la miramos con respeto desde fuera, que tiene unas vidrieras chulas y un aire serio de “aquí se canta gospel de película”. Seguimos por el Cathedral Quarter, el barrio artístico de la ciudad, donde las paredes tienen más color que un cuaderno infantil. Allí todo son pubs, arte callejero y callejones donde parece que en cualquier momento puede aparecer un músico tocando el violín.
De repente nos topamos con un pez gigante: el Salmón del Conocimiento. Una escultura azul llena de azulejos que cuentan la historia de la ciudad. Dicen que si lo besas te vuelves sabio… yo solo pensaba en sashimi.
Cruzamos luego el río Lagan por el puente peatonal del Lagan Weir. Lo más curioso eran los paneles de cristal llamados "Glass of Thrones". Tito Javi no dejó uno sin selfie. Parecía un rey de cristal distinto en cada foto. Yo creo que cuando las junte todas, podrá hacer su propia serie de Netflix.
La parada para comer fue en un Subway, en la terraza. Los humanos devoraron bocadillos como si no hubieran comido en semanas. A mí me tocó... nada. Otra vez. Igualito que hace unas semanas cuando vino el tito Joan. Ya parece tradición familiar.
De vuelta al centro, papi Edu se puso en modo fotógrafo compulsivo. Cada mural que aparecía en una esquina: ¡zas! foto. Y así hasta llegar a la iglesia de San Patricio. Yo me quedé oliendo los alrededores mientras los humanos entraban un momento a echar un vistazo.
Luego volvimos al coche y en diez minutos estábamos en Falls Road. Allí los murales no son solo arte, son historia pura. Pinturas políticas que cuentan décadas de conflictos, protestas y sueños de paz. Un museo al aire libre donde cada pared tiene voz propia.
Antes de irnos, parada express en Lidl. No porque nos faltara nada urgente, sino porque papi Edu no resiste la llamada hipnótica del supermercado alemán. Seguro que el salmón azul le susurró algo de “ven y compra panecillos a buen precio”.
La jornada terminó en Hazelbank Park, cerca de Newtownabbey. Ya lo conocíamos: un aparcamiento que cierra las puertas a las once de la noche, pero a las campers nos dejan quedarnos dentro. Un sitio verde, bonito y muy tranquilo. Perfecto para dormir sin sueños de barcos hundidos ni salmones gigantes.
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