Día 110: Newtownabbey - Ballintoy

Un faro, un bosque de cine y Escocia al alcance del hocico.

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🌳🐾 Paseo mágico por The Dark Hedges con Chuly | Irlanda del Norte
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Pasamos una noche muuuuuy tranquila en el aparcamiento, tan tranquila que parecía que habían puesto el modo “silencio absoluto”. Estábamos solos, como si hubiesen cerrado todo el parque solo para mí. Por la mañana empezaron a llegar coches pero nadie nos molestó. Alguno incluso me saludó con cara de “mira qué guapo el perrete de la cámper”. Pues sí, guapo soy.

Arrancamos despacito, como siempre. Ya sabéis, nuestro motor no tiene turbo… es que directamente nuestras mañanas vienen sin prisa de fábrica. En unos veinticinco minutos llegamos a Whitehead, aparcamos y nos pusimos en marcha hacia el Blackhead Lighthouse. Ese faro está colgado en lo alto de los acantilados como si estuviera de guardia, vigilando que ningún barco se despiste. Papi Edu y yo ya habíamos paseado por allí con tito Joan hace unas semanas, pero para tito Javi era estreno mundial. Yo ya conocía cada piedra del camino, pero fingí sorpresa para no quitarle la emoción. “¡Oh, qué vistas más increíbles!”, ladré con cara de turista primerizo.

A la vuelta nos esperaba una cafetería móvil. A mí no me dieron café (injusticia canina), pero los humanos se sirvieron algo fresquito y yo recibí unas miguitas caídas por accidente. Todo equilibrado.

Después otra vez carretera, casi una hora. Antes de llegar a Ballymena paramos en un lay-by de esos que son feos con ganas, rodeados de camiones y papeleras sospechosas, pero perfectos para comer y echar una siestecilla. Yo lo llamo “área de descanso sin glamour, pero con la función bien cumplida”.

Con las pilas cargadas seguimos rumbo: cuarenta y cinco kilómetros hasta el aparcamiento de The Dark Hedges. Y aquí sí que se nos abrió un escenario de película. Son esas hayas gigantes plantadas en el siglo XVIII que forman un túnel natural, como si los árboles quisieran tocarnos con sus ramas. Seguro que las habéis visto en mil fotos… o en Juego de Tronos. Los humanos estaban flipando, yo también, aunque lo que más me interesaba eran los olores que se escondían bajo las raíces. Había bastante gente paseando, pero como ya era tarde casi todos se iban. Eso sí, yo aproveché para posar con mi mejor cara: “Bodeguero en modo estrella de cine”.

Cuando ya el sol se empezaba a esconder, volvimos al coche y en unos veinte minutos llegamos al Portaneevy Car Park & Viewpoint. Allí sí que parecía que estábamos en un balcón colgado sobre el mar. Se veía el famoso Carrick-a-Rede rope bridge, ese puente de cuerda que une la costa con una islita y que a los humanos les da un poquito de vértigo. Yo lo hubiera cruzado de un salto, claro. Y lo mejor: al fondo, muy clarita, se veía Escocia, a unos treinta y cinco kilómetros. Yo ya estaba calculando: “con mi velocidad perruna… unas dos horas nadando y llego”. Pero tranquilos, no lo intenté.

En el mirador hay bastantes otras cámpers aparcadas. Ambiente tranquilo, horizonte infinito y el mar rugiendo
de fondo como música de dormir. Aquí nos quedamos a pasar la noche.

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