Día 128: Forthill – Ballymartle Woods

De Kinsale colorido a la calma de Ballymartle Woods.

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La noche pasó tranquila, con el viento en su sitio, sin ganas de armar demasiado jaleo. Por la mañana el sol se asomó curioso, pero enseguida empezó a soplar más fuerte y a mandar chubascos de esos que te dejan empapado en segundos.

El plan era andar cuarenta minutos por el Scilly Walk, un sendero costero que une la zona de la fortaleza con Kinsale. Dicen que es precioso: va serpenteando junto al mar, con vistas de postal y casas elegantes que parecen sacadas de una revista. Yo ya me imaginaba corriendo de roca en roca oliendo cada salitre escondido. Pero claro, con los chubascos traicioneros al final decidimos no arriesgar. Papi Edu dijo que era mejor bajar en coche y así fue.

Aparcamos en Lower Road y nos lanzamos a una exploración exhaustiva de Kinsale. Yo iba con la nariz en alerta, porque un pueblo pesquero siempre guarda sorpresas aromáticas. Paseamos por las calles coloridas, miramos el puerto y hasta paramos en el Cosy Café, que encima es dog friendly. Era temprano para comer, así que se tomaron café con pastel mientras yo esperaba paciente pensando: “Si cae una migaja, es mía”.

Seguimos descubriendo rincones y llegamos a la iglesia de Saint Multose, uno de los templos más antiguos de Irlanda, del siglo doce. Es pequeña, robusta, hecha de piedra gris que huele a historia. Y como regalo inesperado, dentro sonaba música de órgano en directo. Yo, que tengo oído fino, escuchaba aquellas notas retumbando entre las paredes y pensé: “Vaya, hasta Dios tiene su propio altavoz gigante”.

Después volvimos a asomarnos al puerto y a la bahía. Con marea alta el agua lo cubre todo, pero con marea baja los barcos se quedan atrapados en el barro, como si fueran peces olvidados. Kinsale siempre cambia de cara, nunca sabes si está vestido de gala o en pijama.

Cuando ya apretaba el hambre regresamos al Cosy Café, esta vez para comer. Nos gusta el lugar, el trato y la comida. Todo perfecto. Yo no tuve pastel, pero al menos me acariciaron varias manos que pasaban por allí, y eso también alimenta.

Luego al coche, parada rápida en Lidl —ya sabéis, los humanos siempre vuelven cargados de bolsas misteriosas— y otra vez rumbo a la fortaleza. Allí me quedé guardando la cámper, mientras papi Edu y tito Joan visitaban Charles Fort hasta la hora de cierre.

La fortaleza es un gigante del siglo diecisiete, construida para proteger la entrada del puerto de Kinsale. Tiene forma de estrella con murallas que parecen garras extendidas sobre el mar. En sus tiempos fue escenario de batallas, explosiones y asedios. Dicen que aún vaga por allí el fantasma de la Dama Blanca, una joven que murió trágicamente en la fortaleza. Yo, sinceramente, espero que no se me aparezca nunca mientras duermo, que bastante tengo con mis propios sueños de huesos.

Al final del día fuimos en coche hasta Ballymartle Woods, donde nos esperaba calma. Antes de recogernos hicimos otra vez la ruta circular de dos kilómetros y pico, esta vez en sentido contrario. Para mí era como un nuevo paseo, con olores frescos y sorpresas escondidas entre los árboles.

El aparcamiento no aparece en Park4Night, pero es un rincón tranquilo, perfecto para descansar. Me acurruqué satisfecho, pensando en sirenas de órgano, barcos atrapados y fortalezas de piedra. Y así, con la manada reunida, cerramos otro capítulo de nuestras aventuras.

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