Killotteran – Dunhill

Waterford vikingo y la Copper Coast

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El día empezó con un buen meneo de patas en el Waterford Greenway. Yo tiraba del equipo como si llevara brújula en la nariz: olores de bicis, restos de bocatas y alguna ardilla despistada que me hacía soñar con persecuciones épicas. Un paseo de calentamiento para lo que vendría después.

Pronto estábamos en el centro de Waterford, la ciudad más antigua de Irlanda. Aparcamos (dos euros por dos horas, yo lo traduzco a “un euro por pata delantera”) y nos lanzamos a explorar.

El casco antiguo, llamado "The Viking Triangle", es como un parque temático de guerreros con casco de cuernos, espadas brillantes y barcos listos para invadir. Allí está la Christ Church Cathedral, elegante y seria, donde papi Edu entró un momento mientras yo me quedé fuera marcando territorio a lo grande. Justo delante descubrimos la escultura de Strongbow y Aoife, dos figuras de bronce que parecen congeladas en su boda del año mil ciento setenta. Él, Richard de Clare, apodado Strongbow, un caballero normando con cara de “me he dejado la espada en la mesilla”, y ella, Aoife MacMurrough, princesa irlandesa que aceptaba casarse con él para sellar una alianza que lo cambiaría todo.

Ese matrimonio no fue solo un “sí, quiero” romántico, sino un tratado político de los gordos: Aoife era hija del rey de Leinster, que necesitaba apoyo para recuperar su trono, y al casarla con Strongbow abrió la puerta a la llegada de los normandos a Irlanda. Vamos, que aquel banquete de boda fue el principio de siglos de dominio anglonormando en la isla. Yo, que pasé entre sus pies de bronce, pensé que quizá, si hubieran invitado a los perros al banquete, las cosas habrían sido más suaves: ¡los conflictos se llevan mejor compartiendo huesos que espadas!
Seguimos hasta el Museo del Tiempo… aunque no entramos porque, oficialmente, no había tiempo. Pero la verdad ya la sabéis: ¡a los perros nos ponen la puerta en el hocico! Mejor invertir esos minutos en olfatear esquinas.

La estrella del recorrido fue la Torre de Reginald, la construcción urbana más antigua de Irlanda. Redonda, robusta, con siglos de historias guardadas en la piedra. Y delante, un barco vikingo reconstruido que parecía listo para zarpar otra vez. Yo lo olí con tanto entusiasmo que casi me nombran vigía canino de cubierta.

Después paseamos por la orilla del río Suir, donde el agua corría tranquila mientras yo comprobaba que las gaviotas siguen sin querer jugar conmigo. Con una hora y media de exploración tuvimos bastante, porque mis patas ya pedían cambio de escenario.

Así que rumbo a la Copper Coast, ese tramo de costa que brilla con acantilados y un pasado minero de cobre. Cerca de Dungarvan encontramos una playa de piedras redondas. En Park4night decía “prohibido pernoctar”, pero un vecino muy simpático casi nos animó a dormir allí mismo, asegurando que nadie nos molestaría. Aun así, papi decidió movernos a un aparcamiento del Greenway, más cómodo. Allí comimos en la cámper y, con la barriga llena, caímos redondos en una siesta digna de campeonato.

Despertamos tarde, bien pasadas las siete. Queríamos ver más de la Copper Coast, pero aquí todo parecía cerrado a cal y canto: barras a dos metros en los aparcamientos, incluso en los miradores. Yo me sentí como un perro con bozal delante de una carnicería: ¡tan cerca y tan lejos!

Aun así, alcanzamos a ver desde lejos al famoso Metal Man, una estatua de marinero en lo alto de una columna. Lleva más de dos siglos vigilando la bahía, siempre vestido de blanco, siempre firme. Yo le ladré un par de veces para avisarle de que ya tenía refuerzos perrunos en su guardia.

La ruta nos llevó hasta Tramore, donde papi, cómo no, se dedicó a hacer compras. Cuando salimos ya era de noche, y todavía teníamos que buscar dónde dormir. Volvimos un tramo atrás y encontramos el aparcamiento de Dunhill Castle. Enorme, de grava, vacío, tan silencioso que mis ladridos hacían eco. Perfecto para montar nuestro cuartel general nocturno.

Mañana exploraremos el castillo. Esta noche toca dormir bajo las estrellas, yo de guardián y papi de conductor retirado, soñando con vikings, acantilados y el próximo charco que salpicar.

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