Día 143:

 

Isigny-sur-Mer – Vernix

Sin plan, con siesta y rumbo al sur francés

Geluidsbestand
170

¡Atención, humanos oyentes y perros curiosos! Hoy el día empezó como empiezan los mejores sueños: sin enterarse de nada.

Por la noche, dos autocaravanas se nos plantaron al lado, en nuestro prado privado, y nosotros ni olimos el ruido. Eso significa dos cosas: uno, el sitio era más tranquilo que un caracol de spa; dos, papi y yo dormimos como troncos anestesiados. Cuando abrimos los ojos ya era hora de merendar, casi.

Salimos tarde, sin prisa ni vergüenza. Primera misión: Intermarché. Mientras papi compraba víveres, yo me quedé en mi trono sobre ruedas afinando el olfato por si en alguna bolsa caía queso, jamón o algo que terminara en mi boca “por accidente”.

Después carretera. Pero ojo: sin rumbo. Papi llevaba el cerebro en modo “mapa en blanco”. Al poco tiempo aparcamos en un área de descanso, porque pensar con hambre es como intentar hacer yoga en un charco. Comimos en la cámper, cada uno con su técnica: él con cubiertos, yo con lengua y mirada destructora de migas.

Luego llegó el drama silencioso: ¿y ahora qué? Papi Edu intentó hacer un plan para los próximos días, pero su cabeza huía cada vez que salía la palabra “museo”. Ayer ya se empapó tanta historia de la Segunda Guerra Mundial que si le muestras otro búnker le da urticaria emocional. Además, toda esta costa ya la exploramos hace tres años: Normandía, Bretaña, rocas, faros, vacas, mareas locas… todo visto y olido.

Solución: brújula imaginaria mirando al sur. Papi encendió el motor y bajamos como si siguiéramos el olor del fuet. Hicimos más de cien kilómetros, algunos por autovías sin peaje, porque pagar por carretera no es deporte nuestro. Ya casi eran las siete cuando el instinto de perro campista dijo: “a buscar nido”.

Y lo encontramos: Vernix. Un pueblo tan pequeño que si tosen tres personas ya tienen asamblea. Unos 150 habitantes y probablemente más gallinas que humanos. Aparcamos en un área con mesas de picnic, verde por todas partes y ese silencio que da gusto masticar.

Estábamos solos, felices, dueños del prado… hasta que más tarde llegó una furgonetita pequeña. Olía a “me quedo a dormir y no molesto”, así que bienvenidos sean. Yo ya inspeccioné cada brizna de hierba y marqué territorio con firma líquida.

Hoy no hubo playas históricas, ni bunkers, ni museos con aviones gigantes. Solo descanso, compras, carretera y un final digno de retiro zen perruno. Si mañana papi sigue sin plan, yo le organizo uno: sur, siesta y salchicha. ¿Qué más se puede pedir?

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.