Dag 285

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En esta carretera helada ❄️ no puedo caminar, ni con tracción por cuatro patas 🐾🐾
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Hoy nos levantamos con la ilusión de un día brillante como cuando abres un paquete nuevo de premios perrunos. El sol estaba ahí guiñándonos un ojo aunque con un poquito de niebla juguetona y un frío que te hacía pensar en mantas, sopas y calcetines. Bueno, eso último para los humanos, claro. El suelo estaba congelado, un auténtico campo de patinaje que me hizo sentir como si fuera el próximo campeón de los Juegos de Invierno.

Salimos con la cámper y fuimos directos a un aparcamiento cerca del estadio de fútbol. Mi papi tenía el plan de explorar la ciudad mientras el día estaba fresco. ¿Fresco? Más bien helado. Empezamos por un monasterio que olía a incienso y tiempo, paseamos por parques perfectos para carreras de velocidad caninas, atravesamos una zona peatonal que me pareció hecha para desfiles perrunos y vimos iglesias donde las campanas hacían eco. Ah, y el Palacio Azul, que no es tan azul como prometía su nombre, pero oye bonito era. La ciudad me cayó bien, es verde, limpia, tranquila, como hecha para estirarse en el césped sin preocupaciones. Pero después de una horita de paseo ya estaba yo listo para mi siesta matutina. Me quedé en la cámper vigilando mientras mi papi hacía unas compras. Seguro que no trajo nada para mí, ¿a que no?

En coche fuimos al parque nacional de Lovcen. Aquí os aviso, los humanos pagan 3 euritos por entrar, pero yo, como soy una estrella de cuatro patas, pasé gratis. El camino en coche era bonito pero al final nos encontramos con una carretera helada de esas que te miran y dicen, aquí ni lo intentes. Dejamos la cámper 500 metros antes del mausoleo porque el resto de la carretera parecía una pista de curling. Mientras subíamos a pie conocimos a un pastor alemán con su equipo humano. El hielo era tan resbaladizo que yo, con mi tracción a las cuatro patas y ABS natural, parecía un pingüino bailando ballet. Llegamos a la entrada del mausoleo de Njegos, pero... ¡zasca! Resulta que los perros no podemos entrar. ¿Y encima 8 euros por persona? Pues nada, mi papi dijo que mejor disfrutábamos las vistas desde abajo. Y vaya vistas, montañas, nubes, y esa sensación de estar en la cima del mundo.

Después de unas cuantas fotos bajamos por la carretera helada y volvimos a la cámper. El próximo destino era Kotor, al que llegamos por una carretera llamada Serpentina. Por suerte no había serpientes pero las curvas parecían diseñadas por alguien que ama los laberintos. Desde arriba la bahía de Kotor parecía un fiordo noruego. Desde abajo un pueblo italiano, lleno de gente y coches por todas partes. No encontramos ni un huequito para aparcar, así que lo disfrutamos desde el coche, que también es plan. Pasamos por el pueblo de Strp y dejamos atrás la costa para tomar una carretera que subía hacia el interior. Yo ya empezaba a pensar en la cena.

Al caer la tarde encontramos un lugar perfecto para pasar la noche. Estamos cerca de la entrada de un campamento de verano que en esta época está más vacío que un saco de premios perrunos en mis patas. Eso sí, tranquilidad total, aire fresco, y otra vez a más de 740 metros de altura. Aquí estoy con mis sueños de trofeos de patinaje y espaguetis infinitos, mientras me preparo para roncar como un campeón.

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