Jimena de la Frontera - un bosque

¡Guau, amigos, preparaos para un *día de patas y sudor*! Hoy os cuento las peripecias del cuarto día en nuestra épica travesía por el GR-7. ¿Resumen rápido? Seguimos vivos, dignos y con algo de jamón en el espíritu, aunque las cuestas casi acaban con Edu. A ver, que yo tengo cuatro patas y él solo dos, ¡la estadística no le favorece!

**La mañana empezó de lujo.** Dormimos en una cama tan cómoda que podría ser patrimonio de la humanidad. Yo habría alargado ese momento glorioso un par de horitas, pero papi es de los que madrugan hasta en días de épica. Paseamos por el pueblo, tan bonito como empinado, mientras él se zampaba su desayuno en un bar. Yo, fiel a mi estilo, me limité a olisquear (porque compartir no está en el diccionario de Edu).

Antes de partir, hicimos una parada en la tienda del pueblo. Papi salió cargado como si fuera a rodar un anuncio de supervivencia extrema: latas de albóndigas, habas, fruta, pan, chocolate... La mochila parecía la maleta de Dora la Exploradora. Si hubierais visto su cara al colgársela, ¡os partíais! Era como si llevase a un humano en la espalda.

Nada más dejar el pueblo, la montaña nos miró y dijo: "A ver qué tal os va con estas cuestas". Y, madre mía, amigos, qué subidón. Pero no en el sentido de "qué motivador", sino literalmente. Escalamos hacia las nubes, y cada paso que daba Edu sonaba a “por qué no me quedé en la cama”. Yo, mientras tanto, subía con agilidad (porque soy perro, no humano). Las vistas eran tan espectaculares que hasta papi se olvidó de que estaba sufriendo.

El camino estuvo tranquilo, sin gente ni ladridos ajenos. Bueno, salvo un coche con unos trabajadores forestales que nos saludaron desde lejos. España está llena de montañas y bosques, ¿sabíais? Yo siempre pensé que era solo playas y chiringuitos, ¡pero no! Esto es un paraíso para las patas aventureras.

A media tarde, paramos para comer. Papi sacó las albóndigas porque, con tanto peso en la mochila, mejor empezar a vaciarla. Yo me tumbé en medio del camino, como buen estratega del descanso. Después, ambos practicamos el arte de la siesta, porque caminar está bien, pero dormir un rato es *gloria bendita*.

Al final del día, no os voy a mentir, mis patitas estaban pidiendo auxilio. Le puse cara de cachorro a papi, y funcionó: me llevó en brazos un rato. Decidme si no soy un maestro de la manipulación emocional.

Cuando encontramos un lugar para acampar, ya caía la tarde. El sitio era perfecto, tranquilo y sin bichos raros, aunque justo antes de parar vimos un ciervo. Nos quedamos mirándonos un momento, y pensé: "Este parece simpático, no creo que me muerda".

Ahora estamos instalados, papi ya ha cenado (¡adivinad qué! Más albóndigas), y yo estoy listo para descansar. Mañana será otro día de aventuras, más cuestas y, probablemente, más siestas estratégicas. ¡Hasta la próxima, cuadrilla! 🐾✨