Día 166

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Hoy cambiamos los pinos, las ardillas y el silencio por aceras, estatuas y selfies. No fue fácil, lo confieso. Cuando papi Edu dijo que íbamos a una ciudad, puse mi mejor cara de *“¿de verdad?”*, pero como tito Joan también venía y había olor a aventura, me dejé convencer.

Salimos temprano, según papi. Aunque, a ver, las nueve y cuarto no son exactamente gallo-cantando, ¿eh? Pero venga, le daremos ese margen porque no desayunó café con pan sino café con volante: nos metimos los 100 kilómetros del tirón desde el corazón de Finlandia hasta Oulu, que resulta ser la quinta ciudad más grande del país, aunque yo solo vi dos gatos y un montón de bicis.

Antes de cualquier monumento, prioridad canina: parada en Lidl. Tito Joan entró en modo saqueo vikingo y salió cargado como si nos fuéramos a una guerra de picnic. Yo olí queso desde la acera. Intenté meter la cabeza en la bolsa, pero me dijeron que no, que “es para después”. Yo digo que “después” es una excusa humana para no compartir.

Después aparcamos en una isla muy cerca del centro. Sí, has leído bien: isla. Esta ciudad está llena de puentecitos, canales y zonas verdes que no parecen ciudad. Desde donde dejamos el coche ya se veía el centro, y yo ya apuntaba con la trufa hacia lo desconocido.

Primera parada urbana: el castillo de Oulu. O eso dicen, porque de castillo le queda el nombre y un cañón solitario. Parece que lo original se quemó hace siglos y lo que queda ahora es más bien una cafetería muy mona con vistas. Me quedé fuera, claro. No por educación, sino porque no me dejan entrar. Mal.

Luego bajamos al Kauppatori, también conocido como Torinranta, una plaza junto al puerto con puestecitos de pescado, terrazas y humanos felices comiendo cosas que crujen. Yo intenté mendigar una albóndiga sin éxito. Pero lo mejor de esta parte fue conocer al poli gordo. Bueno, la estatua del poli gordo. ¡Un señor bajito, con barriga y cara de buena gente! Tito Joan dijo que le recordaba a alguien pero no dijo a quién… Le hicimos unos selfies épicos. Yo puse cara de sospechoso, a ver si me multaba por exceso de encanto.

Desde ahí subimos a ver la catedral de Oulu, con su cúpula elegante y una escalinata perfecta para posar como si fuera yo el rey del norte. Yo no soy mucho de rezar, pero si hay sombra y bancos, me apunto.

Y luego... ¡a correr libremente (con correa, maldita sea) por el parque Hupisaarten! Árboles, riachuelos, puentecitos blancos, ardillas que me ignoran, y las famosas letras gigantes de OULU donde tocó nueva sesión de fotos. Me coloqué en la U para que pareciera que decía “CHULY”, pero papi Edu no lo pilló.

En el parque, vimos algo muy curioso: un montón de finlandeses jugando a un juego que se llama *mölkky*. Es un tipo de petanca, pero en lugar de bolas, usan palos de madera. El objetivo del juego es tirar los palos para derribar otros palos numerados, pero lo complicado es que cada palo derribado vale la cantidad que tiene escrita en él. La puntuación es algo así como... un caos divertido. Es como una mezcla de puntería y estrategia, donde si te acercas demasiado a los 50 puntos, ¡puedes quedar fuera! Los finlandeses parecen estar bastante serios en esto, pero por mi parte, solo me quedé mirando con cara de *"¿por qué no puedo jugar?"*.

El parque es parte de las islas Hupisaaret, un conjunto de islitas dentro de la ciudad que parecen sacadas de un cuento. Papi Edu decía que si todas las ciudades fueran así, vendía la camper. Yo le ladré fuerte para que se le pasara la tontería.

El tiempo acompañó, hacía solcito de ese que no da calor pero alegra el hocico, y el paseo fue largo. Cuando ya no podía más (mentira, podía, pero drama es drama), tito Joan se quedó conmigo en un banco y papi fue a buscar el coche. Dice que para ahorrarnos callejeos, pero yo creo que solo quería andar solo un rato y cantarle al GPS.

Nos recogió con el motor aún calentito y salimos pitando hacia la costa. Otros 100 kilómetros más tarde, llegamos a un sitio precioso cerca de Raahe, justo al lado del mar. Huele a algas, a gaviota y a siesta. Aquí vamos a dormir.

Yo ya he inspeccionado los alrededores, dejado mi firma en cuatro esquinas, y ahora estoy en modo croqueta, mientras tito Joan mira las fotos del día y papi Edu prepara la cena.

Mañana, si no hay castillos falsos ni policías de bronce, volveremos a la naturaleza. Aunque… Oulu no estuvo nada mal. Puede que me esté haciendo urbanita. Pero solo un poco, ¿eh?

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