Hoy me han llevado otra vez a Helsinki, pero esta vez sin diluvio, sin vendaval y con mi rabo seco. Así sí. Condujimos una hora desde donde habíamos dormido (no diré nada del coche, ya me entendéis...) y aparcamos cerca del puerto, donde olía a gofres caros y a turistas recién bajados de un ferry.
Nada más empezar la caminata, nos topamos con esos edificios tan serios y elegantes que parecen estar permanentemente posando para una postal. El Teatro Nacional parece un castillo con complejo de actor dramático. Justo enfrente está la estación de tren, que no tiene ni un poco de vergüenza en mostrar sus músculos de granito. Dos gigantes de piedra sujetan farolas como quien sujeta una antorcha olímpica. Y ese edificio donde ahora está un NH Hotel… tiene pinta de haber sido algo muy importante antes, tal vez un banco o una sede de telégrafos, pero ahora duerme con edredones caros y desayuno buffet.
Después de hacernos los cultos, tocaba reponer energías. Y ahí es donde papi Edu y tito Joan dieron en el clavo: encontraron un restaurante no muy caro en una de las calles comerciales principales de Helsinki. Pero lo mejor no fue la comida. Fue que comieron en la terraza, y a mí no solo me dejaron estar con ellos debajo de la mesa (mi sitio oficial durante las comidas), sino que me trajeron un cuenco de agua fresquita y un par de chuches perrunas. ¡Una maravilla! Me sentí como un perro con estrella Michelin. Mientras ellos llenaban el buche, yo hice un inventario de migas, olí todos los zapatos que pasaban por al lado y me aseguré de que ningún gorrión se acercara a nuestra mesa.
Después del banquete, volvimos a la Catedral de Helsinki. La que algunos llaman “la blanca”, pero que en realidad se llama así, a secas: Catedral de Helsinki. Es blanca, sí, y parece un pastel de bodas nórdico, pero tiene mucha historia y una escalinata que es ideal para selfies. Subimos, nos hicimos las fotos de rigor, y tito Joan puso su pose de influencer misterioso con gafas de sol, aunque el sol ya se estaba escondiendo. También bajamos a la Plaza del Parlamento, donde no había manifestaciones, solo palomas con cara de estar vigilando el gobierno.
Y por supuesto, no podíamos marcharnos sin el selfie con el famoso letrero de HELSINKI. Yo puse mi mejor cara de estrella, aunque prefería oler los bordes del cartel, que olían a otros viajeros caninos.
La idea era dormir otra vez cerca de la playita donde estuvimos la última vez, muy cerca del centro. Pero resulta que en Park4Night ese sitio ya no aparece. Papi dice que lo han quitado por obras. Yo creo que alguien se lo ha llevado para ponerlo en su jardín. Total, nos tocó buscar otro sitio y acabamos en un aparcamiento en una islita justo al este de la ciudad, al lado de un puerto deportivo.
Y no está nada mal. Hay un parque cerca, se oyen barquitos, huele a algas civilizadas y, lo más importante, es muy tranquilo. Esta noche roncaré a pierna suelta.
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