Después de diez semanas explorando Escandinavia, hoy ha sido un día de despedidas y nuevas aventuras. Nos despertamos en un sitio de pernocta en Helsinki, y después de mi rutinaria sesión de estiramientos perrunos, cogimos el coche rumbo al puerto.
Ahí estaba, esperándonos, un enorme barco que nos llevaría a Estonia. ¡Mi primera travesía por el mar Báltico! Lo mejor de todo es que pude quedarme con mi papi Edu en la cubierta, disfrutando del viento en mi cara y vigilando los barcos que pasaban. ¡Qué vistas más chulas entre las pequeñas islas de la costa! Dos horas después, pusimos las patas en un nuevo país: Estonia.
Nuestra primera parada en Tallinn fue un sitio muy especial: el Monumento a las Víctimas del Comunismo. Es un largo pasillo con miles de nombres grabados en metal, personas que desaparecieron en una época muy dura. Caminando por ahí, se siente un silencio que impone respeto, como si el lugar hablara sin decir una sola palabra.
Justo al lado hay otro monumento, pero este es soviético y está en un estado muy distinto. Es un bloque enorme de hormigón, con escaleras que llevan a... nada. Graffitis por todas partes, hierba creciendo entre las grietas y un aire de abandono total. Casi parecía un decorado de una película postapocalíptica.
Después de tanta intensidad histórica, tocaba descansar. Encontramos un pequeño aparcamiento tranquilo, donde me eché una buena siesta para reponer fuerzas. Pero la gran sorpresa del día llegó por la noche... ¡Fuimos al aeropuerto a recoger a Tito Javi! ¡Qué alegría volver a verlo! Salté, moví el rabo como un loco y casi me lanzo a sus brazos antes de que pudiera soltar la maleta.
Para terminar el día, buscamos un sitio en un barrio residencial con un parque cerca. Perfecto para un paseo nocturno antes de dormir. Hoy ha sido un día de cambios, emociones y reencuentros. ¿Qué nos traerán los próximos días en Estonia? ¡Ya lo contaré!
No son tan bonitas las fotos, pero bueno son las que a ti te gustan.
Gracias 😘