¡Buf! Ayer fue un día de esos que te dejan la lengua fuera, así que hoy tocaba tomárselo con más calma. Nos despertamos despacito disfrutando del lugar espectacular donde habíamos dormido. El sol brillaba, el aire olía a aventura y yo estaba listo para un día de exploración, pero en modo relajado.
Nuestro primer paseo del día fue a pie, con papi Edu y Tito Javi, hasta el Tallinna Linnahall, que nos quedaba al lado. Para los que no lo sepáis, este sitio es una enorme estructura soviética construida para los Juegos Olímpicos de 1980. Sí, aunque está en Tallin, se usó para las competiciones de vela de los Juegos de Moscú. Parece una pirámide de hormigón abandonada, con graffitis y un aire de película postapocalíptica, pero tiene su encanto. Además, las vistas desde arriba son espectaculares. Yo me imaginé que era un castillo perruno desde donde podía vigilar mi reino.
Después volvimos al coche y nos alejamos del centro de Tallin para seguir explorando. Tras llenar el estómago con una buena comida (y alguna miguita que cayó para mí), visitamos el Convento de Pirita (Pirita Kloostri Varemed). Aquí sí que sentí que viajábamos en el tiempo. Son las ruinas de un antiguo convento del siglo XV, que quedó destrozado en el siglo XVI cuando los suecos y los rusos decidieron jugar a quién lo destrozaba más. Aun así, la fachada principal sigue en pie y es impresionante. Yo corrí por las ruinas sintiéndome un monje explorador, aunque sin votos de silencio, porque mi olfato detectó algo interesante y tuve que anunciarlo con unos buenos ladridos.
Para terminar el día, nos fuimos a un sitio de ensueño: la costa en Tammneeme, en la península al norte de Tallin. Allí encontramos un lugar súper bonito y tranquilo, con el mar acariciando la orilla y una paz que hasta yo, que siempre estoy alerta, noté. Nos quedamos mirando el agua, respirando el aire fresco y disfrutando del momento. Un cierre perfecto para un día de exploración pausada.
Ahora sí, toca descansar... ¡mañana será otro día de aventuras!
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