Hoy hemos tenido un día de esos intensivos que suelen acabar con siesta doble y ronquidos profundos. Como siempre, empezamos con nuestra rutina matutina. Yo, por supuesto, con mi pato de goma bien mordido antes del desayuno (si no, no funciona el estómago). Luego dejamos la camper bien aparcada en el puerto de Tallinn y nos fuimos andando al centro. Son solo 10 o 15 minutitos de paseo y se va muy a gusto, sobre todo si no hay demasiados patinetes eléctricos.
Papi Edu y yo ya conocíamos casi todo, porque hace unas semanas lo habíamos explorado con Tito Javi. Pero hoy tocaba enseñar la ciudad a Tito Joan, ¡y con mucho gusto hicimos de guías!
Recorrimos todo lo que hay que ver: la muralla con sus torres, la plaza del ayuntamiento (Raekoja plats), la colina de Toompea, la catedral ortodoxa de Alexander Nevsky, la iglesia de San Olaf (¡altísima!), el pasaje de Santa Catalina (Katariina käik), el mirador con las mejores vistas, calles empedradas, puertas medievales, dragones tallados, casitas de colores... vamos, lo típico que hace que Tallinn parezca un cuento.
Comimos en una pizzería (yo no recibí nada, pero olía muy bien) y luego seguimos con más exploraciones... hasta que el cielo se enfadó. De repente, empezó a llover con ganas y un viento espantoso se llevó por delante varias sombrillas, que salieron volando por la ciudad como si fueran gaviotas sin GPS.
Buscamos refugio y nos metimos debajo de unas sombrillas medio torcidas frente a un restaurante muy curioso en plena plaza: Olde Hansa. Es todo estilo medieval, con velas, camareros vestidos de época y comida inspirada en recetas del siglo XV. Como el temporal era tan fuerte y yo puse mi mejor cara de perrito mojado, ¡nos invitaron a sentarnos dentro. Papi Edu y Tito Joan se tomaron un café o un chocolate, incluso a mí me pusieron un cuenquito con agua y nos quedamos un rato disfrutando del ambiente. El sitio sorprende mucho, porque parece que entraste en una película antigua. No hay nada moderno a la vista, ni Coca-Cola ni patatas fritas. Todo tiene ese punto turístico que te hace dudar... pero al final te metes en el rollo y lo disfrutas un montón.
Cuando el tiempo se calmó un poco, ya era hora de volver. Caminamos de nuevo hasta la camper, cansados pero felices. Ha sido uno de esos días de ciudad que te dejan las patas flojitas y la cabeza llena de cosas nuevas.
Y ahora, si me disculpáis... tengo una cita urgente con mi mantita y un buen ronquido.
Añadir nuevo comentario