Aquí estoy otra vez, reportando desde nuestra casita rodante... bueno, no tan rodante hoy porque no se ha movido ni un centímetro. Llevamos tres noches estacionados en el mismo sitio, y os cuento por qué. Resulta que hoy el tiempo decidió que era mejor quedarse en casa. ¡Vaya espectáculo! Viento, lluvia y hasta alertas en el móvil de mi papi. ¿Os imagináis? Yo, como buen perro aventurero, me adapté al plan: dormir, dormir y, cuando ya estaba cansado de dormir, pues… dormir un poco más.
Por la tarde, la lluvia nos dio un respiro. Sobre las tres, nos pusimos las botas (bueno, mi papi se puso las suyas, yo mis patitas peludas) y salimos a explorar. Nuestro primer destino fue el lago que tenemos a un paso. A ver si encontrábamos algún pájaro valiente que desafiara al mal tiempo. Spoiler: ni uno. Ni un mísero gorrión. Creo que hasta los pájaros dijeron "mejor Netflix y manta".
Eso sí, desde el lago tenemos unas vistas espectaculares de los picos que marcan la frontera con Bulgaria. Altísimos, más de dos mil metros, y cubiertos de nieve como si alguien les hubiera echado nata montada por encima. ¡Qué postal!
Después, seguimos hacia el pueblo. A ver, os soy sincero, el pueblo es... pues eso, un pueblo. No esperéis la Torre Eiffel ni un castillo de cuento. Pero lo que sí tiene es algo mucho mejor: su gente. ¡Qué majos son los griegos! Aquí todo el mundo te saluda, te sonríe y te quiere contar su vida (aunque no siempre entiendo mucho). Incluso en domingo, con todo cerrado, la calidez mediterránea se nota en cada esquina.
Mientras mi papi hacía cosas misteriosas en la camper, yo decidí continuar con mi *maratón de sueños*. ¡Qué vida más perra la mía! Pero oye, un día de descanso también tiene su encanto, ¿verdad?
Mañana, si el tiempo nos deja, seguro que volvemos a la aventura. Pero por hoy, ha sido un día de tranquilidad, buenas vistas y siestas interminables. Nos leemos pronto, ¡y recordad! Si algún día os toca quedaros quietos, disfrutad del momento, porque hasta en lo simple hay magia.
Qué foto más bonita