Día 277

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Cascada Duf 🇲🇰 Macedonia del Norte
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Hoy ha sido un día de esos que empiezan con calma, pero terminan con un toque de aventura y un par de sustos incluidos. Os cuento con pelos y señales, que no quiero dejarme ni un ladrido por contar.

La noche fue de lujo, como esas camas mullidas que los humanos sueñan, pero versión naturaleza. Despertarse con vistas tranquilas y maravillosas es un placer que no cambio por nada. Empezamos el día bajando en coche al pueblo, donde mi papi se puso a charlar con un señor que hablaba alemán porque había vivido en Alemania. Yo no entendí nada de la conversación, pero me quedé vigilando por si alguien intentaba acercarse demasiado al coche (spoiler: no pasó).

Después de esa breve parada, seguimos la ruta hasta el pueblo de Rostushe, el punto de partida para nuestra pequeña aventura hacia la cascada de Duf. Aparcamos el coche y nos lanzamos al sendero, que estaba completamente vacío. Ni rastro de humanos, lo cual, siendo sinceros, es como más lo disfruto. El camino tenía sus subidas y bajadas, pero estaba en buen estado y hasta tenía barandillas. Aunque, claro, para mí las barandillas no sirven de mucho, ¡paso por debajo sin problemas!

Tras poco más de un kilómetro de caminata, llegamos a la primera cascada. Bonita, sí, pero no para tirar cohetes. Sin embargo, unos pasos más adelante apareció **la gran catarata**: un chorro impresionante cayendo en un cañón profundo, como si la naturaleza estuviera haciendo alarde de su poderío. El agua se deslizaba con fuerza entre las rocas, creando ese sonido que relaja hasta al más nervioso. En verano debe ser un sitio ideal para un chapuzón, pero hoy, con el frío, ni mi papi se animó.

Volvimos al coche y en unos minutos llegamos al monasterio de San Juan Bautista. A mí no me dejaron entrar (injusticia perruna), así que me quedé en el coche mientras mi papi exploraba. Me contó que todo estaba impecable, como recién construido, y que la iglesia ortodoxa del monasterio brillaba con tanto dorado que hasta parecía el sol.

Seguimos la ruta hacia el lago de Mavrovo, subiendo entre montañas cubiertas de nieve. Al llegar al lago, vimos la famosa iglesia sumergida de San Juan. Lo curioso es que hoy no estaba sumergida porque el nivel del agua estaba bajo. Mi papi me explicó que el lago es en realidad un embalse y que, dependiendo de las lluvias, la iglesia se sumerge o no. Nos sacamos unas fotos y dimos un paseíto por la nieve antes de recorrer casi todo el lago en coche.

Aquí vino el primer susto: eran ya las tres y media, y no teníamos sitio donde dormir. Con la nieve bloqueando los caminos secundarios y las áreas de picnic, la cosa no pintaba fácil. Bajamos hasta Gostivar por la carretera principal, pero nos encontramos con un peaje inesperado. No es que setenta céntimos sean un drama, pero pagar dos veces por no tener salida en la autopista es un poco puñeta.

Para rematar, Google Maps decidió jugar a perderse. En lugar de llevarnos al destino, nos plantó en pleno centro de Tetovo, donde las calles son tan estrechas que un perrito como yo apenas podría girar sin rozarse. Después de varias maniobras y algún que otro suspiro de frustración de mi papi, encontramos el camino correcto.

Finalmente, subimos por una carretera serpenteante hasta la fortaleza de Tetovo, en el pueblo de Lavtse. Aquí, al fin, encontramos un sitio tranquilo y amplio para pasar la noche. Aunque aún no hemos visto la fortaleza (es de noche y no soy un perro con visión nocturna), el lugar tiene buena pinta. Ahora toca descansar y mañana os contaré cómo es el sitio.

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