Os cuento, amigos, anoche no fue la más glamurosa para este viajero perruno. Entre coches que entraban y salían del aparcamiento, más que dormir parecía que estábamos en un pit stop de Fórmula 1. No hacían mucho ruido pero suficiente para mantenerme con una oreja levantada, ¡y eso que por la noche mis orejas suelen estar más caídas que las expectativas de un lunes por la mañana!
Aun así al amanecer nos levantamos con cara de sueño pero con ganas y nos dirigimos al Monte Vodno, donde nos esperaba la Cruz del Milenio. Para llegar había dos opciones: teleférico o subir andando. ¿Teleférico? ¡Ni hablar! Yo nací para mover estas patas y mi papi, aunque a veces se queje, me sigue el ritmo.
La subida fueron 2,5 kilómetros pero ojo, que también había que subir 400 metros de desnivel. En lenguaje humano: sudor garantizado. Por suerte, yo no sudo pero papi… bueno, digamos que el Monte Vodno ahora tiene un nuevo riachuelo gracias a él. Las vistas entre niebla y nubes parecían esconderse tímidamente como si nos dijeran: “hoy no es el día, chicos”.
Al llegar a la cima nos encontramos con la famosa Cruz del Milenio. ¿Qué os puedo decir? Es enorme, de 66 metros de altura, más grande que mis sueños de huesos gigantes. Su estructura metálica recuerda a la Torre Eiffel pero con un look un poco desgastado. Entre el hormigón agrietado y la pintura cayéndose a cachos parecía que la cruz llevaba años esperando a alguien con un rodillo y algo de amor.
El descenso fue rápido, menos de media hora, y mucho más fácil (¡gracias, gravedad!). De vuelta al coche nos preparamos para enfrentar algo aún más complicado que la subida: el tráfico de Skopje. Madre mía, aquello parecía una mezcla de rally y videojuego pero sin reglas claras. A papi se le crispaban los nervios mientras yo miraba por la ventana pensando: “menos mal que no conduzco yo”.
Después de cruzar la ciudad a paso de tortuga gastamos los dinares que nos quedaban en una gasolinera. ¡26 litros de diésel por 1850 dinares! No sé si es mucho o poco pero yo estaba más interesado en dormir en el coche mientras papi se encargaba de todo.
Con el depósito lleno pusimos rumbo a la frontera con Kosovo. Salir de Macedonia del Norte fue pan comido y entrar en Kosovo también, aunque tuvimos una sorpresa: ¡había que comprar un seguro de frontera para el coche! Resulta que, como Kosovo no está en la Unión Europea ni en la Carta Verde, toca pagar. Por 15 euros conseguimos 15 días de cobertura, y todo el mundo en la frontera fue amabilísimo.
Kosovo es el país número 22 que visitamos este año, y para mí, Chuly, ¡es el número 37 en mi vida viajera! Aunque técnicamente no todos reconocen a Kosovo como país. Por ejemplo, España no lo hace. Esto es porque Kosovo declaró su independencia de Serbia en 2008 tras años de tensiones y conflictos, pero Serbia no lo acepta, y algunos países, especialmente con sus propias regiones independentistas, tampoco. Para mí es sencillo: si tengo un río para olisquear y barro para pisar, ¡es un país en toda regla!
La sorpresa de verdad llegó cuando nos encontramos con una autopista nuevecita, ancha, lisa y sin peajes. Yo esperaba baches y más baches pero esto parecía una alfombra roja para coches. Ahora ¿por qué no había peajes? ¿Los quitaron o nunca los pusieron?
Después de media hora de autopista y carreteras secundarias encontramos un rinconcito junto a un río para pasar la noche. No es el lugar más bonito del mundo pero tiene su encanto rústico (es decir, barro y hierba). Aquí papi tuvo su momento de drama: ¡el eSIM de Holafly dejó de funcionar otra vez! Tras horas de chatear con atención al cliente y perder la paciencia se conectó al wifi de un restaurante cercano, compró un eSIM de otra compañía y por fin volvió a estar en línea.
Mientras papi lidiaba con la tecnología yo ya estaba soñando con mi próxima aventura. Esta noche parece tranquila, sin coches ruidosos ni humanos haciendo cosas extrañas en sus coches.
Añadir nuevo comentario