Día 116: Malahide - DUB🛫 - Ballyknockan

De la despedida de tito Javi al viento de las Wicklow Mountains.

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Amanecimos en nuestro sitio favorito cerca de Dublín, en Malahide, en el borde del estuario de Broadmeadow. Allí la vida se mueve despacio, como si las gaviotas llevaran el reloj y el mar dictara la agenda. Papi y tito Javi estaban tan relajados que parecía que nunca arrancaríamos.

La primera idea del día era visitar la fábrica de cerveza de Guinness. Tito Javi miró las entradas por internet pero ya no quedaban. Así que ni nos molestamos en acercarnos. Plan descartado, y a buscar otra cosa.

Nos metimos en el tráfico dublinés, que es como un videojuego de coches locos, hasta que aparcamos en el mismo sitio de hacía diez días. El plan B era la "House of Illusion". Sonaba a magia, pero las reseñas daban más miedo que ilusión. Así que descartado también. Y entonces llegó lo mejor del día: la hora de comer. Cruzamos Saint Stephen’s Green y acabamos en el restaurante "Boeuf & Coq", donde ya habíamos estado 2 veces antes. A mi no me dieron nada de comer, que quede claro, pero disfruté como nunca de los olores. Además, los camareros, que muchos hablan español, me dieron un trato de estrella. Yo ya me sentía como la mascota oficial del restaurante.

Después tocó la parte triste: llevamos a tito Javi al aeropuerto. Yo notaba que papi se quedaba melancólico, porque una cosa es viajar acompañado y otra es volver a quedarse los dos solos. Yo puse cara de “no te preocupes, papi, que yo no pienso irme a Valencia”.

Para remontar el ánimo, papi fue de compras. Y de repente ¡ding! Un mensaje de John y Alastair. Invitación a café en su casa en Dublín. Llegamos sobre las seis y media, y allí nos recibieron con sus dos perritos. Hubo olisqueo mutuo, jugué un poco y mientras tanto los humanos charlaban entre risas. El café fue corto pero intenso, porque ellos tenían cena con la hermana de John.

Salimos sobre las siete y media u ocho, todavía con luz, y decidimos no volver a Malahide para dormir: demasiado viento, allí seríamos cometas sin control. Salir de Dublín fue un caos: coches apareciendo de todos lados, semáforos traicioneros y rotondas interminables. Cuando por fín salimos de la ciudad, ya casi era de noche.

La carretera se estrechó, las curvas se multiplicaban y los arbustos parecían querer rozarnos la cámper. Yo vigilaba cada sombra sospechosa, y papi apretaba el volante como si eso ayudara. “Si aparece un ciervo volador o un arbusto asesino, al menos estaremos listos”, pensé.

Al fin, un área de picnic en las Wicklow Mountains, donde hay una autocaravana más, también española El viento sigue fuerte, pero estamos más protegidos que en Malahide y por fin podemos relajarnos. Apagamos el motor, escuchamos el rugido del viento entre los árboles, y yo me acomodé junto a papi pensando: “Un día intenso, sí, pero aquí estamos a salvo y listos para dormir”.

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