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Dag 161:
Col de Redondet – Salers – Yolet
Curvas, pueblos bonitos y carretera solo para mí
Hay despertares mágicos… y luego está abrir los ojos en un balcón del cielo como el nuestro. Silencio total, aire limpio y vistas que hasta a un perro le quitan el hipo. Yo salí de la cama con los huesos contentos, estiré las patas y me planté delante de la puerta como si fuera el dueño del Massif Central.
A media mañana empezaron a llegar coches con senderistas. Pero oye, ni un ladrido fuera de lugar, todos educados, algunos hasta decían que habíamos pillado el mejor sitio del macizo para dormir. Y tenían razón: no tráfico, no vecinos pesados, ni una acorn kamikaze. Como la carretera seguía cortada, yo me eché al sol… ¡en mitad del asfalto! Qué lujo tumbarse donde normalmente me gritan “¡cuidado coche!” y esta vez nada, solo grillos.
Mientras yo freía barriga, papi Edu hacía eso de pensar planes mirando mapas y pantallas como si supiera adónde vamos. Y va el tío y suelta: “Nos vamos a Salers”. ¡Pues vale! Recogimos y nos lanzamos por la misma carretera empinadísima y llena de curvas de ayer. Yo pensaba que estábamos repitiendo por gusto, pero no: simplemente mala planificación humana. Podíamos haber hecho Puy Mary hoy y Salers ayer… pero bueno, así veo tres veces el mismo paisaje y ya me lo aprendo de memoria por si me hacen examen.
Aparcamos gratis delante de una iglesita pequeña, Notre Dame de Lorette, porque el parking del centro quería dinero y nosotros preferimos gastar en croquetas (para mí) y pan (para él). A la pata y pierna exploramos Salers, que resulta estar en la lista de “pueblos más bonitos de Francia”. Y esta vez no mienten, ¿eh? Calles empedradas, casas oscuras de piedra volcánica, balcones, torreones, ni una papelera fuera de lugar, silencio elegante… y vistas de praderas que parecían sacadas de un anuncio de queso. Yo olisqueé cada esquina y me hice foto mental de tres gatos que me ignoraron.
Tras una hora, cuarenta fotos y cero salchichas ofrecidas, volvimos al coche. ¿Destino? El mismo trayecto de vuelta hasta el Puy Mary. Tercera vez en menos de veinticuatro horas, ya casi saludo a cada curva por su nombre. Pero esta vez en lugar de quedarnos arriba, cruzamos al otro lado por el Col de Serre, otro puerto bonito, con vistas de praderas inclinadas y vacas que parecen saber latín.
Ya tocaba comer. Papi aparcó junto a un edificio tipo centro de visitantes, pero parecía cerrado o dormido como los domingos por la tarde. Comimos en la camper (yo inspeccioné migas, misión cumplida) y arrancamos de nuevo.
Y entonces empezó el tour panorámico en coche: Le Claux, Cheylade, Laveissière… pueblos pequeños, tan tranquilos que si ladro despierto a todo el ayuntamiento. No paramos, pero las carreteras parecían dibujo animado: colinas verdes suaves, prados con vacas felices, picos lejanos, bosques aquí y allá, casas de piedra salpicando el paisaje y ni un camión rompiendo el encanto. Casi me dan ganas de ponerme boina.
Al final salimos a una carretera más grande ya sin tantas curvas de montaña rusa, y a las seis de la tarde aparcamos en el parking de las Gorges du Pas de Cère y la Cascade de la Roucolle. Paseíto de un kilómetro hasta el cañón, otros veinticinco minutos de vuelta, y todo para nosotros solos. El cañón era estrecho y verde, con paredones de roca y árboles colgando como si quisieran cotillear el río. La cascada, pequeñita pero coqueta, se descolgaba en escalones escondidos entre la piedra. Sombra fresca, olor a musgo húmedo… y silencio. Me sentí como un perro explorador en documental de la 2.
A las siete ya el sol había chapado persianas y regresamos al coche. Toca buscar cama. Entre desvíos tontos cortesía de Google Maps y alguna rotonda que no llevaba a ningún sitio, acabamos en un área de descanso junto a la N122. Hay un terraplén que separa la zona de picnic de la carretera, así que no da sensación de camiones metiéndose en la almohada. Si miras hacia un lado, ves coches pasar; si miras al otro, parece hasta bucólico. Yo huelo hierba, aire fresco y algo de cena, así que para mí es cinco estrellas.
Aquí aparcamos, aquí cenamos y aquí dormimos. Mañana ya veremos qué montañas, pueblos o curvas repetimos. Yo por si acaso, me tumbo donde me dé el sol… o la sombra, pero lejos de campanas, bellotas y parkings con barreras.
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