Día 105

Jøssingfjord - Bjerkreim

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Nesvåghålo 🤫 El Secreto Mejor Guardado de 🇳🇴 Noruega
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Hoy os voy a contar un día de esos que empiezan con calma y acaban oliendo a aventura, ovejas y merienda en la camper. A ver si no me lío, que hay muchos lugares raros de nombre impronunciable y papi Edu dice que no puede estar corrigiendo todo el rato.

Después de una noche más tranquila que una siesta de gato al sol, nos subimos al coche y bajamos al Jøssingfjord. Allí están las famosas casas de Helleren i Jøssingfjord, encajadas debajo de una roca gigante que parece que en cualquier momento va a estornudar y mandarlas al quinto pino. Las casas son viejísimas, sin muebles ni nada, pero tienen su encanto. Y lo mejor de todo: no hay que pagar entrada, ni pasar por taquillas, ni nada de eso que a los humanos os amarga la cartera.

Después de hacer el turista sin gastar ni una galleta, volvimos al coche y poco después aparcamos en Linepollen. Para los que no lo sepáis, el Linepollen no es un polen de línea recta ni un perfume nórdico, sino un pequeño fiordo (sí, otro fiordo más) con un aparcamiento decente y vistas bonitas. Dimos un paseo por el paisaje. Era bonito, sí, pero no de esos que te arrancan un “guau” (y yo de “guau” sé un rato).

Saltamos otra vez al coche y nos fuimos a Sogndalstrand, un pueblecito que parece sacado de un catálogo de casas de muñecas. Casitas de madera, calles empedradas, tiendecitas monas y vistas al mar que dan ganas de quedarse a tomar un helado (pero no había helado, así que me conformé oliendo esquinas). Paseamos por todo el pueblo, que tampoco es que sea enorme, y seguimos camino.

Próxima parada: el aparcamiento de Nesvåghålå. ¡Nombre de contraseña de WiFi, pero lugar chulísimo! Allí empieza el sendero que lleva hasta una costa salvaje donde la roca ha sido esculpida por el viento y el mar durante miles de años. Nesvåghålå es una especie de conjunto de cuevas y formaciones rocosas enormes justo junto al agua. Hay grietas, pequeñas cavernas naturales y superficies onduladas como si el mar hubiera estado amasando la costa con sus propias manos. El sendero es sencillo, apenas sube o baja, y te va llevando poco a poco hacia esa costa tan bestia donde sientes que podrías encontrar un tesoro pirata en cualquier rincón.

No había ni un alma, salvo unas vacas que nos miraban como si fuéramos extraterrestres. Eso sí, nos encantó. Paz absoluta, solo el viento, el murmullo del mar, y algún “muu” de fondo. Yo, por si acaso, no me acerqué mucho a las vacas, que luego cualquiera les explica que el pequeño ratonero andaluz no es competencia.

Después tocaba un trayecto un pelín más largo (30 kilómetros, que para mí son como 300), hasta el aparcamiento de Trollpikken. Primero comimos en la camper (yo ya estaba salivando solo de oír abrir la bolsa) y luego empezamos el sendero hacia Trollpikken. Para que os situéis bien: Trollpikken no significa "chica troll" ni "hada encantada" ni nada de eso bonito. Trollpikken quiere decir, literalmente, "la polla del troll". Muy fino todo. Y claro, la piedra tiene su forma peculiar, digamos... inspiradora.

El sendero hasta Trollpikken es de unos 4 kilómetros ida y vuelta, bastante fácil aunque con algunas piedras saltarinas en el camino. Mucha oveja suelta, muchas bolitas de oveja (que papi Edu me prohibía investigar de cerca) y solo unos pocos humanos, porque ya eran las seis de la tarde.

Cuando llegamos a Trollpiken hicimos una sesión de fotos épica. Tan épica que no podemos publicar todas las fotos que sacó papi Edu, porque, ejem, algunas podrían levantar malentendidos. No es culpa nuestra si la naturaleza tiene sentido del humor.

La vuelta la hicimos casi por el mismo camino. Podríamos habernos quedado a dormir en el aparcamiento de Trollpikken, pero era de pago: 100 coronas noruegas al día, pero no por 24 horas, sino por días de calendario. O sea que si llegas por la tarde y duermes, pagas dos días: 18 eurazos por una noche. Y claro, a nosotros no nos gusta pagar por respirar, así que cogimos el coche otra vez.

Unos 20 kilómetros más tarde, encontramos un sitio perfecto para dormir: un aparcamiento gratuito junto a una carretera secundaria sin apenas tráfico. Hay otra cámper, unas ovejas pastando, y un silencio de esos que solo se rompen con el sonido de las pezuñas o de mi tripita soñando con el desayuno.

Con el cielo despejado, el campo oliendo a verano, nos quedamos allí a dormir. Porque, al final, lo que importa no es el nombre impronunciable del sitio, sino los sueños tranquilos que uno tiene.

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