Día 124

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Hoy, aunque parece que no ha pasado mucho, os aseguro que la jornada tuvo su toque de magia y tranquilidad.

La mañana empezó con una serenidad digna de un poema. Solo estábamos nosotros, el buen tiempo, y unas ovejas tímidas que nos miraban desde lejos. ¡Qué paz! Nada como despertar en medio de la naturaleza y sentir que el mundo es solo para ti, bueno, y para las ovejas, claro.

A eso de las 12, emprendimos el camino, y tras una travesía en ferry, hicimos una parada estratégica para comer y descansar. Ahí, en el aparcamiento al otro lado del ferry, contemplamos la idea de quedarnos a dormir, pero decidimos que la aventura debía continuar.

A las 5, volvimos a poner ruedas en el camino y, tras media hora de conducción, ¡eureka! Encontramos un sitio perfecto, en plena naturaleza, cerca de una cantera de arena. Imaginaos, una máquina obsoleta como guardián de nuestro campamento y un montón de espacio para nosotros y dos autocaravanas más, cada una en su parcela gigante. ¡Casi podíamos organizar una carrera de relevos entre perros!

Lo mejor de todo, cuando salí a hacer mi último pipí antes de dormir, el cielo aún estaba iluminado. Mirad la foto, ¡eran las doce menos cuarto y todavía parecía de día! Es alucinante cómo la luz nos acompaña hasta tarde en estos lugares mágicos.

Y así, entre la paz matutina, la travesía en ferry, y el hallazgo de un refugio en la naturaleza, cerramos otro capítulo de nuestras aventuras sobre ruedas.

Yoo

Que bonito

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