Día 142

Porsanki (NO) - Inari (FI)

1 vídeos
🦌Reno de paseo 🇫🇮
Geluidsbestand

Esa mañana me desperté oliendo a lago, a bosque mojado y a algo que no sabía si era musgo o alce. Dormimos en un aparcamiento junto al Gakkajávri, un lago que ni siquiera intento pronunciar. A mí me parecía un sitio normal, pero Papi Edu decía que el paisaje ya no era noruego del todo, que pintaba más finlandés. Yo no sé, nunca he estado en Finlandia. Bueno… ¡hasta hoy!

Después de mi ritual matutino (patito, croqueta, desayuno y un estiramiento que ni los gatos), arrancamos el coche y nos pusimos rumbo al este. Casi setenta kilómetros de árboles, curvas suaves y nada de tráfico. Una hora y cuarto después, cruzamos un puente sobre el río Anárjohka. A un lado Noruega, al otro Finlandia. Y yo pensando que habría tambores, banderas, una alfombra roja… Pues nada. Un cartel y fuera. Ni un humano a la vista. O sea, ni controles, ni barreras, ni un mísero guardia con chaleco fluorescente. Muy decepcionante. Para ser el país número 10 de este viaje, esperaba un poco más de fanfarria.

Pero bueno, lo compensó el reno que vimos enseguida. ¡Qué estilazo! Caminando por mitad de la carretera como si fuera suya. Ni se giró a mirarnos. Me quedé con la nariz pegada al cristal flipando. Le hubiera ladrado, pero estaba tan tranquilo que me dio cosa molestarlo. Además, por dentro pensé: este tío seguro que no corre. Tiene pinta de que si le digo “¡corre que te pillo!”, me mira y dice “ya si eso, más tarde”.

Seguimos conduciendo. Otra horita y media, unos cien kilómetros. El paisaje se repetía más que mi estómago cuando me dan pienso sin calentar. Pinos, abedules, lagos, más pinos… pero todo con un aire tranquilo, casi dormido. Si Noruega es épica, Finlandia es zen.

Llegamos a un pueblo llamado Inari, que me sonó a marca de croquetas, pero parece que es importante para los sami. Papi Edu aparcó la cámper al lado del Siida, el museo sami y centro de naturaleza. Yo me quedé en casa rodante, que en los museos no dejan entrar ni a los perros más guapos (injusticia total). Por suerte, me dejó una mantita, una galleta y la radio puesta con voces humanas, que me hacen compañía.

Cuando volvió, Papi Edu me contó cosas muy raras y muy interesantes. Que el museo tiene una parte sobre la cultura sami: sus tradiciones, ropa, vida nómada (¡como nosotros!), pesca, renos, y hasta joiks, que son cantos que parecen aullidos de humanos felices. También hay una parte de naturaleza con bichos disecados, huesos, mapas de migraciones, y cosas que hacen a los humanos decir “oooh” mientras se rascan la barbilla.

Yo, sinceramente, hubiera preferido oler un reno de verdad. Pero bueno, Edu parecía contento y me trajo un olor a tienda de regalos impregnado en la chaqueta. Me recreé un rato con eso.

Y como estábamos en modo “conducir sin prisa pero sin pausa”, volvimos a subir al coche. Otra hora y media al volante, casi ochenta kilómetros. Ni un coche en sentido contrario. Ni uno. Solo árboles, musgo y un cielo que se iba nublando sin decidirse.

Al final encontramos sitio para dormir en una especie de cantera de grava abandonada. Grande como un estadio de fútbol, pero sin porterías. Solo otra cámper a lo lejos. Muy a lo lejos. Papi Edu dijo: “perfecto”. Yo, en cambio, pensé que ahí no habría ni una esquina para marcar sin dejarme las almohadillas. Pero bueno, el silencio era total, y el aire olía a piedra fría y a pino dormido. Así que acepté el trato.

No fue el día más loco del viaje, pero cruzamos frontera, conocimos un reno zen, papi Edu aprendió cosas raras de humanos nómadas y yo dormí como un tronco. Bueno, como un reno, pero en horizontal.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
2 + 5 =
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.