Día 143

Inari - Rovaniemi

2 vídeos
🍗🍪 Departamento de chuches perrunos 😋
🥄🐶 Misión yogur: Lamer hasta la última gota… y caer KO 😴 #perros #vanlife
Geluidsbestand

Hay días que parecen hechos solo para conducir. Y hoy fue uno de esos. Salimos a las 11, como mandan mis costumbres (ni antes ni después, que uno tiene que digerir tranquilo). Y desde ese momento… carretera.

Todo el día rodando. Solo paramos para ponerle zumo al coche, ese diésel que huele fatal y que no sirve ni para desinfectar mis patas. Lo demás, todo seguido. Pinos, curvas, más pinos, algún lago despistado y… ¿ya lo he dicho? Más pinos.

Gran parte del camino fue por pistas de grava o tierra, de esas que suenan “crunch-crunch” bajo las ruedas. Pero como vamos con nuestro todoterreno, las hicimos a buen ritmo, casi como si fueran de asfalto. No vimos casi ningún coche en todo el trayecto. Solo silencio, árboles y kilómetros.

Yo estuve en modo sándwich la mayor parte del tiempo: tumbado entre mi manta y mi peluche-oso, con las orejas en modo “no disponible”. A veces abría un ojo por si veía un reno. Spoiler: no vi ni uno. Ni reno, ni croqueta, ni siquiera un cartel de “Bienvenido a algo”.

Papi Edu iba concentrado al volante. No dijo ni una palabrota, lo que me hace pensar que el tráfico era prácticamente inexistente. Y el paisaje… bueno, bonito, pero ya sabéis, todo muy Finlandia: plano, verde, mojado y silencioso.

Después de más de 260 kilómetros, que en lenguaje perruno se traduce como “un día entero sin olis nuevos”, llegamos a Rovaniemi. Ciudad conocida por ser la residencia oficial de Papá Noel. Pero, eh… yo no vi ni trineo, ni renos con luces, ni elfos, ni galletas. Solo un río grande, un puente y un montón de coches.

Aparcamos en un sitio enorme al lado de un puerto deportivo. Me hizo ilusión, porque pensé: “igual nos subimos a un barco”. Pero no. Solo era un aparcamiento gigante con cinco campers más desperdigadas por ahí. De barco, nada. Ni un remo.

Por la tarde, Papi Edu decidió irse de paseo. A un centro comercial que está justo al lado. Yo me quedé en la cámper a vigilar todo (y por "vigilar" quiero decir dormir con una pata sobre mi pelota).

Cuando volvió, traía cara de niño que ha visto una tienda de chuches gigante. Me dijo: “¡Chuly, el pasillo de premios para perros es lo nunca visto! Había de todo: huesos, orejas, barritas, latitas, juguetes…” Y yo ya me estaba relamiendo.

Pero… no traía nada. Nada. Ni una miga. Ni un envoltorio para oler. Solo historias. ¿Cómo se le puede ocurrir contarme eso y venir con las manos vacías? Eso es tortura emocional perruna. Me senté delante de él con cara de estatua indignada, pero ni por esas.

Así que me acosté sin premio, sin Papá Noel, sin reno y sin galleta. Mañana será otro día, y espero que venga con menos ruedas y más sorpresas.

Añadir nuevo comentario

CAPTCHA
7 + 2 =
Resuelva este simple problema matemático y escriba la solución; por ejemplo: Para 1+3, escriba 4.