¡Vaya día más completito, amigos! Hoy arrancamos sin prisas, que también nos lo merecemos. Pasadas las 10 (que para un perro madrugador como yo ya es media tarde) nos pusimos en marcha. Primer hito del día: la frontera entre Lituania y Letonia. ¡Qué emoción! … O eso pensaba yo. Resulta que cruzar de un país a otro aquí es como cambiar de acera: ni controles, ni pasaportes, ni guardias que me digan lo guapo que soy. Solo unos postes vintage con los nombres de los países. Vamos, que he cruzado fronteras más espectaculares cuando salto de la cama al suelo.
Tras el momentazo fronterizo, tocaba otra parada: Rundāle. Y aquí tuve un fuerte *déjà vu*. Hace apenas una semana estuvimos con tito Javi en el mismo sitio y ahora, otra vez, aparcamos en el mismo parking. Y otra vez, me tocó quedarme en la cámper mientras papi Edu y tito Joan se iban a ver el palacio. Que sí, que es enorme y muy bonito, pero ¿acaso hay algo más espectacular que mi carita de "llevadme con vosotros"? Pues parece que sí, porque tardaron más de cuatro horas en salir.
Por lo que me contaron, el Palacio de Rundāle es una joyita barroca que podría ser perfectamente el palacio de la Bella Durmiente… si la Bella Durmiente hubiese tenido el presupuesto de un rey letón. Tiene salones dorados, frescos en los techos, un comedor que da ganas de ponerse a cuatro patas y empezar a lamer el suelo, y unos jardines tan grandes que si me sueltan ahí, no me encuentran hasta la primavera que viene. Papi y tito comieron en el restaurante del palacio durante la visita, después de ver el interior y antes de explorar los jardines. Yo, en cambio, seguí mi estricta dieta de esperar en la cámper mirando la puerta con ojos tristes.
Cuando por fin volvimos a la carretera eran las 3 de la tarde y pusimos rumbo al norte. Parada técnica en Jelgava para repostar, y luego, ¡directos a Riga! Pero nada de pelearnos por encontrar sitio para dormir. Ya conocíamos el lugar porque habíamos dormido allí hace una semanita, cuando pasamos por primera vez por Riga. Una islita en medio del río Daugava, junto a la torre de telecomunicaciones. ¡Naturaleza, tranquilidad y cero turistas dando la lata! Llegamos antes de las 5, así que por fin hubo tiempo para relajarnos. Paseítos por la isla, olisqueo intensivo, y un poco de *chulynización* del territorio.
Añadir nuevo comentario