Día 198

Kivilõppe - Viljandi - P.N. Soomaa

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🏰 Castillo de Viljandi 🇪🇪 Estonia
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Hoy arrancamos como caracoles con sueño. Pero cuando por fin nos pusimos en marcha, llegamos a Viljandi, una ciudad pequeña, verde y encantadora, con nombre de mago y alma de cuento.

Aparcamos junto a una iglesia y salimos a descubrirlo todo. Paseamos por calles adoquinadas, vimos el teatro tradicional, un puente colgante que cruje de emoción, jardines llenos de flores, y hasta el Museo de la Música. Pero lo mejor: las ruinas del castillo medieval. Un sitio lleno de historia, piedras enormes, túneles, miradores… ¡y unas vistas de locura!

Ah, y los gatos. ¡Gatos por todas partes! Esculturas pequeñas, grandes, sentadas, escondidas… Resulta que vienen de una vieja historia local y ahora son los reyes de la ciudad. Por suerte, no se mueven ni se suben a mi cama.

Viljandi nos gustó mucho. Tiene buen rollo, calma de domingo y olor a césped recién cortado. Después de verlo todo, bajamos en coche hasta el lago Viljandi (Viljandi järv), donde aparcamos y comimos en la camper. Tito Joan y yo nos echamos a la bartola mientras papi Edu se metía en el agua. Dice que estaba buenísima. Yo lo vigilaba desde la sombra, por si salía un monstruo del lago (no salió ninguno).

Por la tarde pusimos rumbo al parque nacional Soomaa. Y qué pasada. Bosques inmensos, ciénagas misteriosas, pájaros rarísimos, y hasta vimos un alce. Un alce enorme, con cara de pocos amigos, que desapareció como un ninja antes de que pudiéramos hacerle una foto. ¡Qué arte tienen para esconderse!

Terminamos el día en un lugar mágico, justo en el corazón del parque. Hay una torre de madera altísima, Tõramaa luha vaatetorn, desde donde vimos una puesta de sol que parecía pintada a brocha gorda. De las que te dejan sin palabras (y eso en mí es grave).

Y así se acaba otro día de aventuras.

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