Hoy os traigo un día movidito, aunque con un paisaje más plano que el humor de un gato en día de lluvia. Todo empezó con nuestra ya clásica rutina matutina: mi papi y yo desayunamos en calma (yo con mi ritual del pato, ¡por supuesto!), y luego nos dimos un paseíto para estirar las patas por un parque al ladito del aparcamiento donde habíamos dormido como angelitos.
Después de eso, nos subimos a nuestro fiel carruaje 4x4 y arrancamos rumbo a nuevas aventuras. Conducimos unos 70 kilómetros por carreteras secundarias de Hungría. Y, sinceramente, ¿sabéis lo que más destaca del paisaje? Su capacidad para no destacar. Plano, plano, y más plano. Ni un triste montículo en el horizonte. Vamos, que si mis patas fueran humanas, hasta ellas habrían echado de menos una montaña rusa.
Finalmente, llegamos a Hortobágy, el pueblo que es el corazón del Parque Nacional de Hortobágy. Este lugar es especial porque es la estepa natural más grande de Europa. Aquí, los humanos lo llaman "puszta", que suena más a estornudo que a paisaje, pero resulta ser un hábitat muy interesante para montones de animales y aves. ¡Es un paraíso ornitológico! Hay humedales, praderas interminables, y hasta caballos salvajes correteando por ahí. Yo iba preparado para un festín visual, pero las aves decidieron marcarnos un "adiós muy buenas". Aunque paseamos por una zona con lagos y pantanos, las plumíferas se quedaron tan lejos que ni la cámara superpoderosa de mi papi pudo hacerles justicia. Eso sí, el paseo fue de lo más agradable, con aromas frescos y charquitos ideales para un remojo rápido de patas (aunque papi no siempre está de acuerdo con mi entusiasmo por el barro).
Ya entrada la tarde, empezó la búsqueda del refugio nocturno, y lo encontramos en un sitio que… ¡vaya tela! Una zona de picnic en medio de un bosque llamado Kráter-Tó. Este lugar no surgió por obra y gracia de la naturaleza, sino por actividades humanas hace unas décadas. Parece que en un momento dado la tierra dijo: “¿Queréis jugar con gas? Pues aquí tenéis una explosión para recordarlo”. El resultado es este bonito cráter convertido en un rincón muy tranquilo y peculiar, rodeado de árboles.
Y ahora, después de un día de paseos, paisajes y cráteres, toca lo mejor: ¡la siesta nocturna! Espero que las estrellas nos canten una nana perruna.
Añadir nuevo comentario