Día 272

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Hoy os traigo una de esas aventuras en las que la naturaleza y la tecnología se mezclan con un toque de caos, como siempre nos gusta. Aunque el día comenzó con la promesa de unas vistas espectaculares, la niebla se empeñó en mantenernos a ciegas hasta el último minuto. A lo lejos, veía el lago, probablemente precioso, pero el tiempo no nos dejó disfrutarlo. Y, como si el clima no fuera suficiente, justo cuando estábamos a punto de salir, ¡comenzó a llover!

Decidimos seguir adelante con la ruta, y después de un rato en coche, llegamos a Florina, una ciudad en el norte de Grecia, cerca de la frontera con Macedonia del Norte. Aunque el tiempo no acompañaba, mi papi insistió en salir a dar un paseíto, así que nos fuimos a recorrer el centro. Mi papi, con su paraguas y su chubasquero, estaba listo para todo, pero yo, como siempre, en pelotas. ¡Qué suerte la mía, eh! Florina tiene esa mezcla de historia y arquitectura que te hace imaginar lo que debió ser en su época dorada, aunque la lluvia no ayudaba a que luciera en todo su esplendor. A pesar de todo, había bastante gente por las calles, y me puedo imaginar que en un día soleado, la ciudad debe ser bastante alegre. Pero, claro, con la lluvia y el frío, la visita se quedó un poco en un “meh”.

Con el tiempo empeorando, tuvimos que decidir hacia dónde ir. ¡Y claro! ¡Estamos tan cerca de la frontera con Macedonia del Norte que nos lanzamos a cruzarla! Fue curioso, porque salir de Grecia fue pan comido, pero al entrar en Macedonia del Norte, el agente en la frontera nos pidió algo que no esperábamos: ¡la carta verde del seguro del coche! Mi papi comenzó a revolver entre los papeles, pero no la encontraba. ¡Vaya lío! Al final, la encontró en su móvil, y el agente se conformó con ver la carta en la pantalla. A partir de ahora, ya sabemos que es mejor llevarla impresa, por si las moscas.

Una vez cruzada la frontera, nos dirigimos a Bitola, la primera ciudad de importancia en Macedonia del Norte. Nos dimos una vuelta buscando un buen sitio para pasar la noche. Al principio, pensamos en un lugar frente a un museo arqueológico, pero tenía una pendiente brutal. ¡Nada para nosotros, que preferimos un terreno llano! Así que fuimos a otro sitio más cerca de la ciudad, pero había tanto jaleo que preferimos huir de ahí. Al final, encontramos lo que buscábamos: un lugar tranquilo en plena naturaleza. Eso sí, la carretera hasta allí estaba un poco “chunga” (llena de barro, lluvia y baches), pero nuestra cámper 4x4 lo aguantó como una campeona.

Aquí estamos, refugiados en nuestra casita móvil, mientras la lluvia sigue cayendo sin piedad. Mi papi ha estado lidiando con el móvil y el internet, que más que funcionar, parecía un trabalenguas tecnológico. Al final, consiguió solucionarlo gracias al servicio de atención al cliente del eSIM, pero vaya lío. Ah, y por si os lo preguntáis, también hizo una prueba con una ducha interior de la cámper. Aunque funcionó, dice que es un poco complicado ponerla en marcha, pero bueno, en una emergencia, siempre puede salvarnos de un apuro.

Y así, con el sonido de la lluvia de fondo, nos quedamos descansando. Aunque el día no fue como esperábamos, siempre hay algo que aprender en cada rincón que exploramos. ¡Nos vamos a descansar, que mañana será otro día!

Joan

Parece triste

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