¡Qué noche más inclinada! Dormimos con una pendiente digna de pista de esquí, pero como siempre yo me las apaño: me enrollé como caracol y a soñar. Lo raro fue que papi también durmió bastante bien, a pesar de que ni las cuñas pudieron con el desnivel del aparcamiento. Por la mañana vimos a Janice y Douglas, los gibraltareños que estaban en el mismo aparcamiento. Ya sabíamos que estaban allí, pero anoche no los vimos.
Nos levantamos a la carrera (para nuestros estándares, claro), porque íbamos a hacer el sendero del Old Man of Storr con Len, May, Janice y Douglas. ¡Cinco humanos bien motivados y un perro con chubasquero! A las nueve y cuarto ya estábamos en marcha y fuimos todos en caravana hasta el aparcamiento. Pagamos cinco libras por seis horas, aunque ya estaba bastante lleno.
La caminata es corta, unos cinco kilómetros ida y vuelta, pero está muy bien preparada: caminos de grava, escalones de piedra y vistas que... bueno, que casi ni se veían porque había mucha niebla y chispeaba. Papi me puso el chubasquero, pero aun así me mojé un poco. Menos mal que el buen humor no se disuelve con el agua. Había mucha gente, pero eso no nos quitó las ganas de disfrutar del paseo. La silueta del Old Man, recortada entre nubes, parecía una figura de otro mundo. Yo intenté olfatear su historia, pero solo olía a oveja mojada.
Al volver al coche nos secamos un poco y me quedé en la camper, descansando como un lord mientras papi Edu se fue a la autocaravana de Len y May a tomar café con ellos y los gibraltareños. Café, charla y algo dulce que no me dieron ni a probar, claro.
Una hora después regresó, comimos en la camper y apuramos el tiempo del aparcamiento como buenos andaluces prácticos: si hemos pagado, lo usamos hasta el último minuto. Luego subimos de nuevo al coche y pusimos rumbo al norte hasta el aparcamiento de Kilt Rock y Mealt Falls. Es de pago también, pero las vistas se ven directamente desde el borde del aparcamiento, así que papi solo hizo dos fotos rápidas: una a la izquierda y otra a la derecha. ¡Click-click y carretera!
Retrocedimos un par de millas y aparcamos gratis al borde de la carretera. Desde allí hicimos otro sendero, esta vez hacia Brothers Point. Fue corto, apenas kilómetro y medio de ida y otro de vuelta, pero precioso. Había muy poca gente, el sendero pasaba entre ovejas y la llegada a Brothers Point fue de traca. La punta rocosa que se adentra en el mar parece sacada de un cuento de druidas y faros invisibles. Desde la costa ya es bonita, pero si subes arriba —como hicimos nosotros— las vistas son espectaculares. De esas que te quitan el lipo y las pulgas.
Ya con el cuerpo contento, tocó buscar dónde dormir. Probamos suerte cerca de Quiraing, donde hay muchos lay-bys y aparcamientos de pago, pero el tiempo era espantoso: niebla densa, nada de cobertura, y ningún sitio nos convencía. Así que seguimos hacia el oeste y encontramos un sitio perfecto entre Hungladder y Duntulm. Frente al océano, solos, con vistas abiertas, ni una alma cerca… salvo unos contenedores de reciclaje a diez metros, que le dan ese toque de civilización que tanto se aprecia cuando hay que tirar el envoltorio del queso.
Aquí nos quedamos. A ver si mañana el cielo decide no regar más a lo loco.
Súper