🌊🐾 Aventuras en el Giant’s Causeway 🪨✨ ¡La Calzada del Gigante con Chuly!
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El sitio donde habíamos dormido era un paraíso escondido: campo, bosque, silencio absoluto y ni un alma alrededor… salvo yo, claro, que soy el guardián oficial de todo territorio donde me dejan plantar la pata. Por la mañana, sol radiante, desayuno sin prisas y esa sensación de que aquí se vive mejor que en la cama del sofá (y eso es decir mucho). Estos rincones deberían existir más en estos países… y todos deberían venir con un bol de chuches para el perro de la casa, digo yo. A eso de las once pusimos rumbo al Carrick-a-Rede Rope Bridge, a veinte minutos. Aparcamos gratis (lo que para los humanos es motivo de celebración, casi como cuando a mí me dan jamón) y empezamos el senderito hacia el famoso puente colgante. El camino… una delicia: mar azul, acantilados de esos que te dejan sin ladrido, y un desfile de turistas con mochilas, gorros de colores y cámaras más grandes que mi cabeza. El puente… bueno, no es más que unas tablas con cuerdas, muy cortito, y para cruzarlo te soplan 18 libras. Mis humanos dijeron que no, que no pagaban. Yo tampoco, que no me dejan cruzar aunque quiera. Antes de volver al coche, bajamos hasta Larrybane Quarry, una cantera antigua junto al acantilado, con su cueva misteriosa. Aquí no había casi nadie, así que pude explorar tranquilo, olisqueando cada piedra como buen perro detective. El plan siguiente era comer en Ballintoy Harbour, pero aquello estaba más lleno que mi bebedero después de una tormenta. Así que dimos la vuelta y acabamos en Dunseverick, donde comimos en la camper (yo también pillé mi parte, que conste) antes de ir a ver la catarata que desemboca en el mar. El agua dulce y la salada mezclándose… no sé si era para beber o para nadar, así que no hice ninguna de las dos. Luego vimos el castillo, que en realidad eran cuatro paredes mal contadas. Lo que sí me gustó fueron las ovejas posando para las fotos como si fueran influencers lanudas. Después tocó La Calzada del Gigante (Giant’s Causeway). Aparcamos (previo pago de 12 libras por internet, que aquí se paga hasta por mirar el cielo) y fuimos por el camino fácil. En 25 minutos estábamos ahí, entre esas piedras hexagonales que parecen hechas a mordisquitos perfectos. Según la leyenda, un gigante irlandés la construyó para ir a pelear con uno escocés. Yo digo que fue un perro gigante buscando un hueso, pero nadie me hace caso. Lo divertido fue un grupo de chinas que querían fotos con nosotros y repetían algo como “I-AR-SAT”. Papi Edu, claro, lo repitió, y ellas se partían de risa. Yo, por supuesto, posando con mi mejor sonrisa de influencer peludo. Luego hicimos el sendero largo, pasando por las Giant’s Organ Pipes —unas columnas de piedra que parecen tubos de órgano, aunque yo diría que son el mayor rascador para gatos del mundo— y el Giant’s Amphitheater, un anfiteatro natural donde se podría organizar un concierto de ladridos. En medio de las fotos, Papi Edu le dio a Tito Joan unas instrucciones poco delicadas, y al ver a una mujer cerca le preguntó si hablaba español. “Sí, pero no te preocupes”, dijo ella. Yo creo que sí debía preocuparse. De allí, parada rápida para fotos en Dunluce Castle, un castillo en ruinas al borde del acantilado, perfecto para esconder huesos y que no los encuentre nadie. Y por fin llegamos a Castlerock, donde hay un Holiday Park enorme lleno de casas móviles estáticas (o caravanas que han decidido jubilarse). Justo al lado, un pequeño aparcamiento donde nos quedamos. No es el sitio más bonito del mundo, pero es tranquilo… y después de un día tan completo, yo solo quería tumbarme, cerrar los ojos y soñar con gigantes que me lanzan salchichas en vez de piedras.
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