Día 112: Ballykelly - Lough Akkibon

Murallas, murales y misterios sin resolver

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Arrancamos justo antes del mediodía con destino a Derry. En media hora de coche llegamos y aparcamos en el mismo sitio de hace unas semanas, junto al Peace Bridge, ese puente moderno y en forma de “S” que une las dos orillas del río Foyle, simbolizando la paz entre comunidades. Bonito, ¿verdad? Pues hoy estaba cerrado por obras… vaya chasco.

Tuvimos que desviarnos al Craigavon Bridge, que no es cualquier puente. Tiene dos plantas: arriba para los coches que quieren mirar el horizonte y abajo para los que solo piensan en llegar rápido. Nosotros lo cruzamos a pie, sin importar plantas ni carriles, y así empezó la exploración.

Empezamos la investigación de un mural raro de ladrillo, el Fountain Street Coded Message. Un pedazo de mensaje en clave que decía algo como “tgtew-dneite-onann-shrett-eedyl-erheo-tgtew-paebna-hhace-daitu-fhndca-erheo”. Vamos, parecía que lo había escrito un gato caminando por el teclado. Ni papi Edu ni tito Javi lograron descifrarlo, ni siquiera con ayuda de internet. Yo tampoco, aunque reconozco que me distraje olfateando una hamburguesa perdida en la acera.

Después subimos a la muralla de Derry. La ciudad es famosa por estas murallas del siglo XVII que siguen casi intactas, como un collar de piedra rodeando el centro histórico. Desde arriba vi todo: calles, gente y hasta un señor que se comía un helado al que le hubiera dado buen uso.

Visitamos el mural de The Derry Girls. Al rato un hombre simpático nos explicó que es una serie de televisión sobre un grupo de adolescentes que crecen en Derry durante los años noventa. Vamos, que aquí hasta los murales ven más tele que yo.

Seguimos hasta el Guildhall, ese edificio de estilo neogótico con vidrieras enormes y un aire de castillo. Tito Javi entró a curiosear, pero a mí no me dejaron pasar (otra discriminación canina más en la lista). Papi Edu tampoco entró, ya lo había visto antes.

Hora de comer: por suerte dimos con un snack-bar donde entramos todos, yo incluido. Ellos se zamparon mini-pizzas con patatas fritas y yo me quedé con mi ración de nada, lo cual me parece un insulto teniendo en cuenta mi excelente comportamiento en la muralla.

Bajamos después a Bogside, el barrio más famoso por sus murales políticos. Allí están el Bloody Sunday Monument, que recuerda a los catorce civiles asesinados en 1972, y el Hunger Strike Monument, dedicado a los presos que murieron en huelga de hambre en los años ochenta. Serios y tristes recuerdos que hasta a mí me dejaron sin ganas de ladrar.

De repente se puso a llover. Corrimos bajo el toldo de un bar en Waterloo Street, el O’Loughlin’s Irish House. Los humanos pidieron bebida y yo aproveché para sacudirme las gotas de agua… encima de papi Edu. Casualidades de la vida.

Cerramos el recorrido por la muralla, pasamos junto a la catedral (sin entrar, claro) y al volver el Peace Bridge ya estaba abierto. Lo cruzamos con estilo triunfal como si hubiéramos conquistado la ciudad.

De vuelta al coche hicimos parada técnica en una gasolinera: diesel para la cámper, agua limpia y adiós a las aguas grises. Todo en orden. Después seguimos hasta un rincón espectacular junto al Lough Akkibon. Naturaleza, silencio, paisaje de postal. Aquí sí que se duerme como un rey… o como un perro feliz.

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