Hoy papi Edu se despertó con esa cara de “hoy no pienso mover ni un dedo” y yo pensé “genial, hoy toca sofá, siestas y quizás alguna migaja de desayuno voladora”. Hasta mediodía nos quedamos en nuestra casita rodante, yo haciendo el perro-mopa en la cama y papi mirando cosas en el móvil como si fuera un búho digital. Fuera todavía hacía fresquito, de ese que hace que saques el hocico y lo vuelvas a meter porque el aire te muerde.
Pero después… ¡playa time! Volvimos a la misma de ayer, esa donde el viento no trae sal sino olor a bosque y a aventuras medio prohibidas. Pero esta vez no aparcamos en la carretera, no no no. Hoy papi se creyó conductor del París-Dakar y se metió con el coche por el caminito forestal que ayer hicimos andando. Yo iba detrás pensando “si aparece un ciervo con multas en la mano, yo no lo conozco”.
El bosque nos tragó, los árboles se apartaron como si ya nos hubieran fichado ayer, y al salir ¡playón vacío otra vez! Al sol hacía calorcito rico, de esos que huelen a pan tostado perruno, y a la sombra se estaba tan bien que casi me dan ganas de escribir poesía con la cola.
Y lo mejor: hoy papi trajo mi pelota. ¡Mi pelota! Esa esfera mágica que convierte el mundo en un festival. Jugué, corrí, ladré al viento, enterré la pelota tres veces y la rescaté como un bombero héroe. Papi me la tiraba y yo hacía como que era un guepardo ninja aunque más bajito y con menos glamour.
Nos quedamos hasta que el sol se escondió detrás de los árboles como un niño que no quiere ducharse. Entonces vuelta al coche, otra vez por el camino forestal, entre ramas, sombras y yo vigilando que ningún jabalí nos pidiera autógrafos. Luego vino una carreterita con tantas curvas que parecíamos una lavadora en modo centrifugado. Unos veinte kilómetros, media hora, y yo sin vomitar: héroe nacional.
Y de repente… llegamos al Lac du Chammet. Apunta el nombre porque es palabra mayor. Un lago grande como el ego de un gato y tranquilo como un humano después de comer tres croissants. Rodeado de bosque, con playa privada para mí solito, y ni un alma alrededor. Aquí hay un área de picnic que parece abandonada por duendes tímidos, y el silencio suena a terciopelo.
Este sitio es de los mejores de Francia, lo digo yo que he olido medio país. Aparcamos entre los árboles, casi todos pinos, y solo hay un roble… pero este es decente y no tira bellotas asesinas como los de ayer. Aquí se respira paz, aventura y un poco de barro delicioso. La luna se asoma, el lago se estira, y yo ya tengo decidido que esta noche soñaré que soy el guardián oficial de la playa secreta.
Papi dice que aquí dormimos. Yo digo que aquí vivimos.
Súper