Hoy el cielo decidió que sería un día acuático, así que amanecimos bajo una fina lluvia que no parecía querer parar. Nosotros, sin prisa pero con estilo, aprovechamos un respiro para salir: yo, estirando patas y haciendo mis rituales matutinos, y papi Edu, corriendo de un lado a otro recogiendo trastos como un ninja de la camper.

A media mañana pusimos rumbo a Montauban. Con este tiempo, nada de turismo, pero sí misión crítica: lavar ropa. Encontramos una lavandería en un espacio de vidrio en el parking de un centro comercial gigante. Papi Edu puso la lavadora en modo turbo y yo, como buen observador, me acomodé para una siesta deluxe mientras la lluvia golpeaba el techo de la camper. La secadora siguió la función espectáculo, y papi, libre de cargas, se perdió un rato en el centro comercial.

Después de comer (yo solo observando con ojos acusadores, sospechando un McMenú por ahí), doblamos y guardamos la ropa con precisión de Tetris. Antes de seguir ruta, parada estratégica en Leroy Merlin: papi tiene proyectos secretos para mejorar la camper. No compró nada, pero las ideas ya están burbujeando como un volcán creativo.

Ya en carretera hacia Toulouse, hicimos una pequeña desviación hacia Grenade y encontramos un área de autocaravanas. Ruidosa por los niñatos con sus motos, pero tranquila para nosotros: solo había que ignorar los decibelios y dejarse llevar. Cuatro gigantescas autocaravanas compartían el espacio y nosotros, orgullosos, nos instalamos a dormir, listos para la próxima aventura.