Día 170:

 

Grenade

Entre la lluvia y la pereza, ganó la siesta

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Amaneció con ese tamborileo de lluvia que convierte el techo de la cámper en banda sonora de domingo, aunque fuera jueves. Papi Edu miró por la ventana y dijo algo de “Toulouse nos espera”. Pero entre tú y yo… ninguno de los dos parecía tener muchas ganas de ciudad. A ratos salía el sol, como si quisiera convencernos, y al minuto siguiente caía un chaparrón digno de película de catástrofes. Así que Toulouse se quedó esperando y nosotros también, pero dentro.

Fue un día de esos de manta invisible y mente viajera. Papi Edu encendió el ordenador, tecleó, leyó cosas, soñó en voz baja con cómo mejorar la cámper (otra idea loca más). Yo, mientras tanto, puse en práctica mi filosofía zen: dormir, estirarme, cambiar de postura y volver a dormir. De vez en cuando me levantaba a comprobar que todo seguía en orden y que el pienso seguía en su sitio.

Entre nube y nube salimos a dar un par de paseos por el parque junto al área. No es que sea el paraíso, pero tiene árboles, hierba y olores interesantes. Y, sobre todo, no había prisa. Ni tráfico. Ni planes.

Fue un día tranquilo, sin monumentos ni montañas, sin ríos ni rocas espectaculares. Solo nosotros dos, la lluvia y el sonido suave del mundo pasando de largo. Y a veces, eso también es una aventura.

Por la noche, la lluvia volvió a tocar su sinfonía sobre el techo. Yo me acurruqué y pensé: hoy no hemos hecho nada… pero qué bien lo hemos hecho.

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