Ni castillos ni gaitas: nuestra entrada en Escocia fue discreta. Lluvia, barro, una manguera milagrosa… y una batalla campal contra bichos del infierno.
🏴 Inglaterra
Montaña arriba, montaña abajo… casi 18 km de aventura, viento en la cara y patas al límite. Pero con bocata, siesta y paisaje brutal, ¿quién se queja?
Entre espinas traicioneras, vientos despeinantes y lluvia inglesa, cruzamos media isla en busca de un rincón seco. ¿Lo encontramos? ¡Sí! Pero las espinas siguen en mi memoria perruna…
Robin Hood no apareció, pero sí una cuesta que casi me saca la lengua por la oreja. Luego vimos una iglesia rota muy importante, aunque tuvimos que espiarla por encima del muro. Planazo.
Exploramos Scarborough entre bahías, dragones de pedal y lápidas tranquilas. Luego caminamos por los acantilados hasta Boggle Hole, buscando vistas, historia y un sitio donde dormir sin tráfico.
Crucé York de cabo a rabo buscando jamón… y resulta que el de York no es de York. Eso sí, encontré una torre, un puente, una muralla y un humano con pollo. Nada mal para un jueves.
Dormimos mal entre dudas, cuervos y cabezas del revés. Conducimos por túneles verdes llenos de baches hasta un campo de trigo con puesta de sol. Jugando con la pelota llegaron dos tipos… ¡y acabamos invitados a una feria de caballos!
Tras cinco días de mimos familiares (y esquivar al primo-gato ninja), tocaba volver al asfalto. Lo que no sabía es que el barco sería más aburrido que un domingo sin pelota.