Pastilla antiparasitaria, paseo al centro comercial y cena de despedida… mientras yo me quedo en casa con el pusi vigilando la logística.
Hoy hubo reunión humana en casa, con visitas, pasteles y... ¡más mimos para el gato que para mí! Menos mal que luego salimos a olisquear el campo y recuperar dignidad.
Hoy llovía hasta en los pensamientos. Me refugié en la cama del gato (sí, lo confieso). Por la tarde los humanos salieron en bici a un teatro con 4000 personas, mientras yo me quedé vigilando la casa… y al pusi.
Papi se va a nadar con Tito Antonio y yo me quedo en el sofá... ¡pero vuelve con pelotas nuevas! Paseo con lago, molino holandés y selfie incluido. Dormimos en la camper, como toca.
Intento fallido de ducha campestre, autovías llenas de camiones y vacas que me miran raro. Pero también: abrazos, familia y la cámper aparcada frente a casa. ¡Hola de nuevo, Holanda!
Dormimos mal pero cruzamos media Alemania entre parones y carreteras chungas, y acabamos en un bosque tranquilo al borde de Holanda. Sin queso hoy, pero con paseo y silencio.
Hoy hubo viñedos, abrazos alemanes, una garrapata traicionera y un señor que hablaba más que un loro con café. Pero al final, bosque tranquilo y patas al aire. Día completito.
Dormimos con banda sonora de cascada, descubrimos un castillo sin turistas, corrimos entre rocas mágicas y cruzamos a Alemania con queso de contrabando. Y todo sin perder el rabo.
Tras tanta ciudad, buscábamos tranquilidad. La encontramos en un lago sin baño, una siesta en autopista y un arroyo con banda sonora líquida.
Hoy tocó turismo intensivo: calles que huelen a gofres, selfies a granel y pueblos tan bonitos que casi te multan por respirarlos. Saltamos Mulhouse, trotamos Eguisheim, coleccionamos fachadas en Colmar y dormimos abrazando el Rin, yo con el hocico en Francia y el rabo en Alemania.
Entre murallas, terrazas francesas y lagos con carteles de “no toques nada”, hoy ha sido un viernes de exploradores. Y sí, el león de Belfort no me ladró. Cobarde.
Hoy la aventura empezó antes de arrancar bien el motor: ramas a la cara, barro hasta las ruedas y un camino tan estrecho que casi salimos en versión exprimida. Pero el destino final: paz, campo y ninguna señal de humanos. Planazo.